La cultura es la huella humana en el planeta. No es un menú pre-establecido de saberes u opciones sensibles, sino que incluye todas nuestras conductas y los basamentos lógicos de las mismas.
La cultura, por definición, es diversa, policromática y regada de contradicciones, muchas inconciciliables. Pero en cada etapa histórica hay ciertas formas de ser, pensar y sentir en el mundo, que constituyen hegemonía. Suelen tener su origen en los intereses y pensamientos de pocos, pero, por los diversos medios de comunicación social que la tecnología de cada época habilita, permean a las grandes masas a las que les transfieren la visión de lo que "está bien", de lo que "debe ser", de lo que es "natural", etc.
Estas hegemonías no son perennes, cambian, se sustituyen por otras, pero su proceso de cambio ha mostrado ser mucho más complejo que el de la tecnología y la base material de la sociedad. Así, ya no se queman vivas las mujeres díscolas y rebeldes como antaño en Salem, pero aún hoy - y en casi todo el mundo- se las estigmatiza o agrede verbalmente. Y si bien nadie compara las llamas con los verbos, el "quemar" a una persona socialmente, tildándola de mil maneras peyorativas por el jecho básico de ser mujer y no ser sumisa, no está tan distante de las atrocidades de Salem para todo el tiempo transcurrido. Y aún hoy, en no pocas partes del planeta, hay mujeres que son lapìdadas, degolladas, baleadas,apaleadas, porque a algún varón así se le antoja. Por cierto, no me refiero solamente a Afganistán: los ejemplos cotidianos de violencia hacia la mujer en nuestro Uruguay, en las más diversas clases sociales, nos recuerdan que esto no es asunto de "alla´lejos y hace tiempo".
Un fiel reflejo de la debilidad intrínseca y del grado de deshumanización de la cultura actualmente hegemónica, es cuánto nos cuesta hablar sobre el amor y sus logros, comparado con la facilidad con la que hablamos del odio y sus estragos. Cuando nos referimos al amor, tememos caer en lo "cursi", en el amaneramiento intelectual, en el lugar común o en el facilismo sentimental. Cuando se trata de afilar el hacha para juzgar severamente conductas ajenas, la locuacidad aumenta considerablemente.
Pues el tema aquí es el amor, y cómo, a veces, contribuye a marcar hitos de transformación cultural.
Días atrás, la jueza de familia Irma Lucy Dinello concedió la adopción de una niña de dos años a una pareja de mujeres que previamente legalizó su unión concubinaria , una de las cuales es la madre biológica de la pequeña. En Uruguay no teníamos precedentes de adopción por parte de parejas de mujeres, aunque sí alguno de adopción por parejas de hombre.El texto del fallo resalta que la dos mujeres "forman un hogar brindándole a la niña un cuidado afectivo que corresponde cubriendo todas las necesidades".
Esta noticia puede parecer menor o anecdótica, pero es una señal mayor y que celebro como una de las mejores noticias que he recibido en los últimos tiempos.
Porque en el buen tino del fallo judicial, primó una concepción de familia muy adecuada a un presente y futuro sanos, donde el centro de un hogar es el amor, protección, contenciòn y cuidados que allí se brinden y no la identidad genital (no confundir con identidad sexual, tema más amplio) de los adultos que lo constituyen.
Hay miles de casos de parejas de genitalidad diferente que constituyen verdaderos centros de tormento para los niños que tienen la desgracia de nacer y crecer con ellos. Descuidos, apremios físicos, psicológicos, a manos de un papá machito y una mamá hembrita, generan a menudo lesiones irreversibles, daños psicológicos severos, personalidades violentas y muchos, muchísimos niños total y completamente abandonados.
Por el otro lado hay muchos seres humanos de igual genitalidad que se aman y son capaces de amar, cuidar. proteger y educar, de manera excelente a un niño. En particular mujeres, que por amar a una persona del mismo sexo y ser mujeres, son objeto de doble discriminación.
Pero en la vieja cultura hegemónica, tristemente reflotada hace poco tiempo en unas sonadas declaraciones, estas personas eran "enfermas" y por ende les era vedado el poder brindar ese amor tan escaso y necesario a una pequeña personita.
La decisión judicial pone el centro donde debe estar y por un momento, hace que el valor del amor, el supremo de acuerdo a la célebre epístola de San Pablo a los corintios, resplandezca en las fojas de los expedientes.
"Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe...........En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor” (Carta de San Pablo a los Corintios 13, versículos 1 y 13)
Paradoja entre paradojas, es entre quienes más seguido leen o invocan estas formidables palabras, es que se encuentra buena parte de quienes con más contundencia señalan al homosexual como "enfermo", proclamando como hogar ajustado al "orden natural" y a la "voluntad divina" (que le es privilegiadamente comunicada, claro está), pura y exclusivamente el resultante del matrimonio que consagra la unión de una pareja heterosexual. Singular acto de dogmatismo, pero mucho mayor acto de soberbia y de falta de humanidad. Peor aún: de falta de amor.
Quienes somo heterosexuales, debe recordarse que no estudiamos para serlo, no trabajamo para serlo y no tenemos el más mínimo mérito por el hecho de serlo. Simplemente nos sentimos atraídos por personas de otro sexo y punto ¿Cuál es el mérito o virtud de una pulsión que ni se pidió, ni se buscó, ni se conquistó? Y si no es mérito ser heterosexual, obviamente no es demérito no serlo. Sin embargo, la cultura hegemónica vigente, ya sea en el estaño del bar o en el mármol de al altar, ha hecho del "ser bien machito" la virtud superlativa durante demasiado tiempo. Y muchos "machitos" terminan pegando, gritando, atormentando a quien visualizan en situación de debilidad o indefensión.
Por eso esta noticia es excelente, pero no exclusivamente para las lesbianas u homosexuales, sino para absolutamente toda persona que sea capaz de entender que el mayor mérito y la mayor diferencia entre dos seres humanos, reside exclusivamente en su capacidad de amar, cuidar, proteger y contribuír a formar una persona sana, pacífica y feliz.
Este falló apostó por el amor y la capacidad de educar en el amor, y por ello fue un notable acto de Justicia y un genuino testimonio de cambio cultural hacia una sociedad más humana e inclusiva.
Por ello lo celebro. Porque esta vez, el amor fue el centro de la decisión y la gran apuesta al futuro.
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