Se llama Daniel y le tocó nacer en un hogar humilde, muy
humilde, donde nunca sobró nada y alguna que otra vez faltó algo. Ausencias o
carencias que no las sufrió Daniel, porque sus padres siempre se pusieron en
primera fila a la hora de las privaciones. Mucho esfuerzo y demasiadas noches
de no llevar nada a la panza para que Daniel y sus dos hermanos pudieran tener
algo para comer- aunque fuera mate cocido y galleta- que a la larga pasaron
factura.
Corría el 2000 cuando se fue su viejo, Don Antonio.
Víctima de la muerte de los verdaderos guapos. Haciendo “changuitas” (cargando
pesadas carretillas de material) en edad de dedicarse por fin a descansar, su
corazón, que ya venía flojo de cartas, dijo “para mí son buenas” y de “Falta
Envido”, le ganó la Parca, súbitamente. Daniel lloró mucho, tratando que no lo
vieran, pero lo pude “pescar” en el fondo de la modesta casita con los ojos
ahogados en lágrimas. Obviamente lo
abracé y no le dije nada ¿Qué vas a decir en un
momento así?
Pero entre los sollozos que lo ahogaban, Daniel me dijo
“Puta madre, nunca tuvo unas vacaciones, nunca se dio un
gustó, reventó trabajando”
Podría haber intentado decirle a Daniel que él estaba
terminando su carrera universitaria y que se acordara del brillo de los ojos de
Don Antonio cada vez que volvía a la casa con un examen salvado con una
excelente nota, como solía hacerlo. Que él- Daniel- le había dado al viejo
motivos de alegría más profundos que un crucero por el Mar Egeo, porque en la
escala de valores de Don Antonio, de haber tenido un pasaje para un tal crucero
lo habría vendido para comprar libros o una computadora para que sus hijos estudiaran.
Pero algún extraño pudor me hizo cerrar el pico.
Llegó el 2002. La mamá de Daniel, Doña Isabel, fue
durante 46 años un dúo de fierro con su viejo, era una laburante en su casa y
en cuanto trabajo se le puso a tiro, sin quejidos ni lamentos. Y dictó cátedra
de dignidad y coraje ante la vida: seguía trabajando adentro y afuera de la
casa, sin ni una distracción en la atención a sus hijos. Daniel me contaba que
algunas veces la oía conversar con un gran retrato de su viejo que tenía en el
cuarto, pero que nunca, después del entierro de Don Antonio, le había visto
caer una lágrima. No se permitía ser vista como víctima o doliente, sino que se
aplicaba a ser la de siempre: la laburante, el apoyo, la contenedora ¡Cuánta
belleza en una sola persona, en su actitud de honor- en el mejor de los
sentidos- hacia la vida y sus asperezas!
Mientras Alberto Bensión sostenía que no se cambiaba de
caballo a mitad del vadeo de un arroyo, Daniel, ya recibido pero con un empleo
precario- como había tenido siempre, diversos, pero mal pagos y a menudo “en
negro”- veía con preocupación su futuro inmediato. Lo que sacaba en limpio daba
para poco y nada, era apenas una ayudita para su madre y sus hermanos. Y ya
hombre grande, no podía ni pensar en formar él un hogar ni vivir en un lugar
separado, a lo que por supuesto tenía todo el derecho del mundo a aspirar. Se
consolaba pensando que así podía estar más cerca de la vieja y ayudarla a ella
al menos anímicamente.
Pero hasta ese consuelo se le vino abajo cuando explotó
el Uruguay. Cuando el Presidente que anda por ahí haciendo declaraciones surrealistas
dejó de llorar él para hacernos llorar a todos, mandando al país entero al
fondo del pozo. Daniel quedó sin laburo. Y a fines del 2002 no aguantó más. Se
fue a Canadá, con una buena oportunidad de trabajo. Ahí sí, Doña Isabel lloró,
Daniel también, en aquel aeropuerto de Carrasco que ante cada vuelo a Madrid, a
Estados Unidos, a donde fuera, era un mar de lágrimas. Lágrimas trabajadoras,
humildes, las de los jodidos por los respetables banqueros, por el ministro que
firmaba acuerdos secretos y por el Presidente que habitaba una dimensión
paralela.
Daniel tiró el ancla en el
país del maple. Le empezó a ir bastante bien. Para el 2007 ya había formado
pareja y con Guadalupe, otra buscadora de mejores horizontes- hondureña- vivían
juntos y se daban algunos cuantos gustos que hacían llenar de alegría a Doña
Isabel.
Vino al Uruguay. Lo vio muy cambiado. Los boliches
cerrados del barrio estaban todos reabiertos y había hasta nuevos comercios.
Estaba “el asado del Pepe”, se hablaba de las laptops en las escuelas, los
salarios repuntaban y había más laburo. Había Plan de Emergencia, todo un
Ministerio como proa de las Políticas Sociales (MIDES) y una Economía en
crecimiento, al mismo tiempo. No era la
Revolución, pero por favor, cuánta diferencia con 4 años atrás….
Daniel vino con una billetera mucho más gorda y
obsesionado con darle gustos a su familia. Pero le preocupaba que la vieja no le aceptara casi ningún regalo y que todas
las noches la veía muy cansada. Yo le decía que
era cantado que su vieja no le iba a aceptar regalos, que iba a querer que fueran para sus otros hijos, que así era ella. Yo le decía que el cansancio
seguramente fuera por la emoción de tener al “nene” en casa, que su madre ya
era grande y que era una reacción normal a su edad.
Sobre octubre del 2007, cuando por primera vez Doña
Isabel estaba teniendo atención médica regular, se reveló que mis explicaciones
eran erróneas. Doña Isabel tenía una enfermedad en estado terminal, y sólo
pasible de tratamientos paliativos, que atenuaran el dolor. Seis meses a lo
máximo era su horizonte.
Daniel volvió para la Navidad y se quedó algo más de un
mes. Llegó a tiempo. Le dijo a Doña Isabel que sería abuela de un pequeño
canadiense y que si las cosas seguían mejor en Uruguay, a lo mejor se venía con
su familia en dos o tres años más. Me contó que su vieja lloró de alegría con
la noticia y besaba el vientre de su nuera Guadalupe, como queriendo besar al
nieto o nieta que sabíamos todos que ya no conocería. Tanto así, que por
primera vez en su vida entera, se mandó una travesura. Faltando unos 10 días
para la partida de Daniel, llamó a sus hijos a su cuarto y les dijo que ese día
no se levantaba, que la acompañaran. Ninguno intentó convencerla de nada.
Isabel la laburante, la digna, había decidido salir a buscar a su Antonio con
algunos años de retraso, pero en compañía de todos sus hijos y sabiendo que el
futuro se abría paso en la familia. Y ese mismo día se fue, sin haber nunca tramitado pasaporte.
¿Dónde está la política en esta anécdota?
Pues desde la primera a la última frase. En
Don Antonio y Doña Isabel no cenando. En el viejo de Daniel reventando de tanto
sacrificarse. En Daniel trabajando en negro y finalmente ni trabajando, pese a
su enorme capacidad. En Doña Isabel llegando tarde a la asistencia médica
adecuada. En aquel país de mierda del 2002, que mató gente, sobre todo humildes
laburantes, y que llenó el aeropuerto de lágrimas. En aquel país que no fue una
de las plagas de Egipto, sino consecuencia de causas: la soberbia e
insensibilidad neoliberal. En aquel país que no tiene nada que ver con éste,
aunque Usted y yo a veces nos calentemos con cómo estamos hoy. Pero a 11 años
del 2002, nuestro país no tiene nada que ver con aquella sociedad que
implosionaba.
Déjemelo decirlo de otra manera. ESTO es la Política
querido lector. Es la gente, sus dramas y alegrías, no los indicadores ni los
análisis de los opinólogos. Y le digo más: en el 2014, al votar por el FA, voy a votar para que Daniel pueda volver, para que su
familia que ahora incluye dos personitas
más pueda crecer aquí sanamente. Voy a
votar por la memoria de Don Antonio y Doña Isabel, que dejaron todo por sus
hijos sin permitirse ni un quejido.
Que los neoliberales revestidos en rosado voten por la
libertad del mercado, la libre competencia y el libre comercio.
Yo canto desde ya que votaré por la Libertad de Daniel.
En realidad, para que Daniel pueda por fin conocer un poco de Libertad en la
tierra donde nació, en la bendita tierra donde descansan- como nunca pudieron-
Don Antonio y Doña Isabel.