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viernes, 7 de junio de 2013

La libertad de Daniel. Gonzalo Perera. Contratapa de EL POPULAR, Viernes 7 de junio del 2013.

Se llama Daniel y le tocó nacer en un hogar humilde, muy humilde, donde nunca sobró nada y alguna que otra vez faltó algo. Ausencias o carencias que no las sufrió Daniel, porque sus padres siempre se pusieron en primera fila a la hora de las privaciones. Mucho esfuerzo y demasiadas noches de no llevar nada a la panza para que Daniel y sus dos hermanos pudieran tener algo para comer- aunque fuera mate cocido y galleta- que a la larga pasaron factura.

Corría el 2000 cuando se fue su viejo, Don Antonio. Víctima de la muerte de los verdaderos guapos. Haciendo “changuitas” (cargando pesadas carretillas de material) en edad de dedicarse por fin a descansar, su corazón, que ya venía flojo de cartas, dijo “para mí son buenas” y de “Falta Envido”, le ganó la Parca, súbitamente. Daniel lloró mucho, tratando que no lo vieran, pero lo pude “pescar” en el fondo de la modesta casita con los ojos ahogados en lágrimas.  Obviamente lo abracé y no le dije nada ¿Qué vas a decir en un  momento así? 

Pero entre los sollozos que lo ahogaban, Daniel me dijo
“Puta madre, nunca tuvo unas vacaciones, nunca se dio un gustó, reventó trabajando”

Podría haber intentado decirle a Daniel que él estaba terminando su carrera universitaria y que se acordara del brillo de los ojos de Don Antonio cada vez que volvía a la casa con un examen salvado con una excelente nota, como solía hacerlo. Que él- Daniel- le había dado al viejo motivos de alegría más profundos que un crucero por el Mar Egeo, porque en la escala de valores de Don Antonio, de haber tenido un pasaje para un tal crucero lo habría vendido para comprar libros o una computadora para que sus hijos estudiaran.

Pero algún extraño pudor me hizo cerrar el pico.

Llegó el 2002. La mamá de Daniel, Doña Isabel, fue durante 46 años un dúo de fierro con su viejo, era una laburante en su casa y en cuanto trabajo se le puso a tiro, sin quejidos ni lamentos. Y dictó cátedra de dignidad y coraje ante la vida: seguía trabajando adentro y afuera de la casa, sin ni una distracción en la atención a sus hijos. Daniel me contaba que algunas veces la oía conversar con un gran retrato de su viejo que tenía en el cuarto, pero que nunca, después del entierro de Don Antonio, le había visto caer una lágrima. No se permitía ser vista como víctima o doliente, sino que se aplicaba a ser la de siempre: la laburante, el apoyo, la contenedora ¡Cuánta belleza en una sola persona, en su actitud de honor- en el mejor de los sentidos- hacia la vida y sus asperezas!

Mientras Alberto Bensión sostenía que no se cambiaba de caballo a mitad del vadeo de un arroyo, Daniel, ya recibido pero con un empleo precario- como había tenido siempre, diversos, pero mal pagos y a menudo “en negro”- veía con preocupación su futuro inmediato. Lo que sacaba en limpio daba para poco y nada, era apenas una ayudita para su madre y sus hermanos. Y ya hombre grande, no podía ni pensar en formar él un hogar ni vivir en un lugar separado, a lo que por supuesto tenía todo el derecho del mundo a aspirar. Se consolaba pensando que así podía estar más cerca de la vieja y ayudarla a ella al menos anímicamente.

Pero hasta ese consuelo se le vino abajo cuando explotó el Uruguay. Cuando el Presidente que anda por ahí haciendo declaraciones surrealistas dejó de llorar él para hacernos llorar a todos, mandando al país entero al fondo del pozo. Daniel quedó sin laburo. Y a fines del 2002 no aguantó más. Se fue a Canadá, con una buena oportunidad de trabajo. Ahí sí, Doña Isabel lloró, Daniel también, en aquel aeropuerto de Carrasco que ante cada vuelo a Madrid, a Estados Unidos, a donde fuera, era un mar de lágrimas. Lágrimas trabajadoras, humildes, las de los jodidos por los respetables banqueros, por el ministro que firmaba acuerdos secretos y por el Presidente que habitaba una dimensión paralela.

Daniel tiró el ancla en el país del maple. Le empezó a ir bastante bien. Para el 2007 ya había formado pareja y con Guadalupe, otra buscadora de mejores horizontes- hondureña- vivían juntos y se daban algunos cuantos gustos que hacían llenar de alegría a Doña Isabel.

Vino al Uruguay. Lo vio muy cambiado. Los boliches cerrados del barrio estaban todos reabiertos y había hasta nuevos comercios. Estaba “el asado del Pepe”, se hablaba de las laptops en las escuelas, los salarios repuntaban y había más laburo. Había Plan de Emergencia, todo un Ministerio como proa de las Políticas Sociales (MIDES) y una Economía en crecimiento, al mismo tiempo. No era la Revolución, pero por favor, cuánta diferencia con 4 años atrás….

Daniel vino con una billetera mucho más gorda y obsesionado con darle gustos a su familia. Pero le preocupaba que la vieja  no le aceptara casi ningún regalo y que todas las noches la veía muy cansada. Yo le decía que  era cantado que su vieja no le iba a aceptar regalos, que iba a querer que fueran para sus otros hijos, que así era ella. Yo le decía que el cansancio seguramente fuera por la emoción de tener al “nene” en casa, que su madre ya era grande y que era una reacción normal a su edad.

Sobre octubre del 2007, cuando por primera vez Doña Isabel estaba teniendo atención médica regular, se reveló que mis explicaciones eran erróneas. Doña Isabel tenía una enfermedad en estado terminal, y sólo pasible de tratamientos paliativos, que atenuaran el dolor. Seis meses a lo máximo era su horizonte.

Daniel volvió para la Navidad y se quedó algo más de un mes. Llegó a tiempo. Le dijo a Doña Isabel que sería abuela de un pequeño canadiense y que si las cosas seguían mejor en Uruguay, a lo mejor se venía con su familia en dos o tres años más. Me contó que su vieja lloró de alegría con la noticia y besaba el vientre de su nuera Guadalupe, como queriendo besar al nieto o nieta que sabíamos todos que ya no conocería. Tanto así, que por primera vez en su vida entera, se mandó una travesura. Faltando unos 10 días para la partida de Daniel, llamó a sus hijos a su cuarto y les dijo que ese día no se levantaba, que la acompañaran. Ninguno intentó convencerla de nada. Isabel la laburante, la digna, había decidido salir a buscar a su Antonio con algunos años de retraso, pero en compañía de todos sus hijos y sabiendo que el futuro se abría paso en la familia. Y ese mismo día se fue, sin haber nunca tramitado pasaporte.

¿Dónde está la política en esta anécdota?  

  Pues desde la primera a la última frase. En Don Antonio y Doña Isabel no cenando. En el viejo de Daniel reventando de tanto sacrificarse. En Daniel trabajando en negro y finalmente ni trabajando, pese a su enorme capacidad. En Doña Isabel llegando tarde a la asistencia médica adecuada. En aquel país de mierda del 2002, que mató gente, sobre todo humildes laburantes, y que llenó el aeropuerto de lágrimas. En aquel país que no fue una de las plagas de Egipto, sino consecuencia de causas: la soberbia e insensibilidad neoliberal. En aquel país que no tiene nada que ver con éste, aunque Usted y yo a veces nos calentemos con cómo estamos hoy. Pero a 11 años del 2002, nuestro país no tiene nada que ver con aquella sociedad que implosionaba.

Déjemelo decirlo de otra manera. ESTO es la Política querido lector. Es la gente, sus dramas y alegrías, no los indicadores ni los análisis de los opinólogos. Y le digo más: en el 2014, al votar  por el FA, voy a votar  para que Daniel pueda volver, para que su familia  que ahora incluye dos personitas más pueda crecer aquí  sanamente. Voy a votar por la memoria de Don Antonio y Doña Isabel, que dejaron todo por sus hijos sin permitirse ni un quejido.

Que los neoliberales revestidos en rosado voten por la libertad del mercado, la libre competencia y el libre comercio.

Yo canto desde ya que votaré por la Libertad de Daniel. En realidad, para que Daniel pueda por fin conocer un poco de Libertad en la tierra donde nació, en la bendita tierra donde descansan- como nunca pudieron- Don Antonio y Doña Isabel.