La historia del siglo XIX muestra sendas razones por las cuales en
nuestro país se generaron dos divisas políticas que dirimieron sus diferencias
muchas más veces por las armas que por los votos.
El federalismo oribista, consecuente a la tradición artiguista, batalló
al lado de Don Juan Manuel de Rosas. Figura vituperada hasta la caricatura por
los historiadores colorados, que sacralizan la apuesta unitaria del riverismo,
difícil de no visualizar como traición al proyecto del Protector de los Pueblos
Libres.
Detrás de esas opciones subyacían visiones estratégicas antagónicas,
posicionamientos opuestos ante las potencias de la hora (sobre todo Inglaterra
y Francia) y hasta visiones culturales
irreconciliables, en particular sobre conceptos como el de civilzación y
barbarie, para utilizar la terminología de Sarmiento. La guerra contra (o
intento de exterminio de) los pueblos originarios ha sido pregonado como acto
civilizatorio, y más allá de las décadas de diferencia en su ejecución, o de
los diferentes conductores -de apellido
Rivera o Roca-en ambas márgenes del plata se ha venerado como heroica gesta una
de las mayores barbaries cometidas en nuestros suelos. Y se ha defendido- y
pretendido justificar- la asesina y servil invasión del poderoso Paraguay (para
aniquilarlo) en la maldita y vergonzante guerra de la Tiple Alianza, ordenada
desde la metrópoli. Han sido en los textos escritos con tinta colorada donde la
Historia ha sido retorcida hasta la caricatura para excusar y hasta argumentar
semejantes atrocidades, mientras que en historiadores de extracción blanca se
han encontrado las primeros versiones díscolas con el discurso oficial y más
apegada a los hechos y sus razones.
Las dos divisas tuvieron pues su razón de ser en nuestra Historia.
Claro está, al interior de cada una ellas, vaya si huno espacio para el
disenso o enfrentamiento. Que a Julio César Grauert, batllista autodefinido como marxista, fue la policía de
la dictadura de su correligionario Gabriel Terra quien le asesinó. Y cuando el
golpe de Juan María Bordaberry, frente al cual
y desde el Senado, en encendido e inolvidable discurso, Wilson Ferreira Aldunate
proclamó al Partido Nacional como su más enconado e irreconciliable enemigo, un ilustre jurista
y referente político blanco. como Martín Recaredo Etchegoyen, actuó como primer
presidente del Consejo de Estado de la dictadura (pantomima de Poder Legislativo,
de carácter meramente nominal y colaboracionista). Y el también blanco Aparicio
Méndez, entre otras cosas abogado patrocinante de la denuncia de fraude
electoral en 1971, subió la apuesta, al
usurpar la presidencia durante cinco años, lapso en el cual se pretendió
perpetuar la dictadura mediante el proyecto de reforma constitucional derrotado
por el pueblo en 1980.
Con la complejidad de tan larga historia y con la simplificación que
exige el reducido espacio, querido lector, parece
evidente que las divisas blanca y colorada tuvieron su fundada razón de ser en
los diferentes proyectos nacionales y regionales conformados durante la
revolución artiguista, y que con el correr del tiempo, mientras abandonaban
(felizmente) una marcada tendencia a irse a las armas unos contra otros, se
acentuaron profundas tensiones internas que terminaron decantando en una
identidad absolutamente común. No tan feliz.
Así , tras el último proceso dictatorial que opuso a blancos y colorados
opositores con blancos y colorados colaboracionistas, durante la larga noche
neoliberal, las diferencia políticas entre blancos y colorados se tornaron
meros matices o cuestiones de liderazgos personales ¿Es posible acaso distinguir el
pensamiento económico de herreristas y la tradicional lista 15? Más aún,
respecto a ese pensamiento económico...¿ Qué distancia guardan el resto de
ambas colectividades y qué espacio tienen para canalizar realmente el disenso?
Al llegar el FA al gobierno a
nivel nacional, la derecha nacional
recibió el último factor aglutinante que
les faltaba para admitir explícitamente lo que todos los uruguayos
sabemos hace al menos dos décadas: blanco y colorado son las dos tonalidades con que viste la defensa
del status quo en el Uruguay. Se dotan en estos años- en general- de un discurso más medido, más centrista que
otrora, por la sencillísima razón de que la más rancia derecha la saben propia,
voto que le es completamente cautivo, y salen a la conquista de un espacio donde
obviamente habitan muchos votantes
frentistas.
La anunciada fusión de ambas divisas en Montevideo, de concretarse, es
un gesto irreversible. El discurso que sólo se trata de una táctica accidental
, para terminar con la hegemonía frenteamplista en la capital, es completamente
absurdo. Como es absolutamente obvio para todo ser pensante, si esta táctica
resultara eficaz, se replicará en pocos años en Canelones, Maldonado, Rocha o
todo lugar donde el FA constituya mayoría y cada divisa tradicional por sí sola no pueda
batirlo. Y el "accidente" se hará norma. Y amén de curiosa confesión
de parte ( y relevo de prueba) de que ya no hay identidades diferentes en estas dos divisas, sino
mínimos matices en sus posturas de derecha,
esta táctica supone una apuesta
harto audaz.
Analicemos: si se produce la fusión en Montevideo de blancos y
colorados e igualmente vence el FA...¿Quién se hará cargo, al interior del
bloque rosado, de la gruesa factura de
haber aniquilado los ingentes esfuerzos de estos años de intentar presentar
identidades y fisionomías diferenciadas para en definitiva no lograr
absolutamente nada?
Hubo razones históricas para el surgimiento de las divisas blancas y
coloradas. Basta recordar a Juan Manuel de Rosas para atisbar varias. Pero el
paso del tiempo, las presiones del gran capital, de la globalización
aperturista, de la desesperación de USA y la Unión Europea por extraer los
recursos naturales del sur del Río Bravo, los ha fundido en un rosado
fulgurante, ahora anunciado y proclamado sin rubor ninguno.
Frente a ellos, sigue habiendo un proyecto que avanza paso a paso, no
siempre al ritmo y de la forma que uno desearía, dentro de un fase de
liberación nacional y construcción de identidad regional como paso necesario en
la ruptura con el modelo dominante de desarrollo capitalista global,
diferenciado y dependiente.
No hace falta que lo nombre, porta una rosa roja y está munido de las
dos grandes herramientas de todo trabajador: la firmeza y la perseverancia.
Avanza más rápido o más despacio, avanza con contradicciones internas y
discusiones, avanza por encima o por debajo de lo esperado. Pero avanza,
siempre avanza, hacia una sociedad donde ser joven no sea delito y la discusión
central no sea cómo encerrar más a los jóvenes, sino como abrirles más puertas
hacia un futuro solidario, integrado y realmente libre, que no retóricamente
libre.
Que los derechos que la Constitución consagra son las más nobles
intenciones, pero serán derechos efectivos cuando se conquisten para todas y
todos.
Avanza nuestro proyecto con el azul, blanco y rojo artiguista, ahora con
sólo un blasón rosado enfrente, que asume en formato único la representación de
los mismos intereses que jaquearon y
traicionaron la proyección revolucionaria artiguista de las Instrucciones del
año 1813.
Sosteniendo con firmeza las rosa rojas, a batallar democráticamente en
este nuevo escenario, a conversar y convencer amigo por amigo, vecino por
vecino. Que nuestro proyecto , el de los pueblos libres del sur, el de los
trabajadores y explotados, no empezó ayer ni termina mañana. Se construye ladrillo por ladrillo,
conciencia a conciencia. No se llama reducción de inequidades o eufemismos
similares: se sigue llamando lisa y llanamente Revolución. Y la Revoluciones
sólo las hacen los pueblos que han generado una fuerte y extendida conciencia.
Palmo a palmo, calle a calle, a sembrar desde el principio nuevas rosas rojas,
que lo de 1813 no fue un sueño sino
nuestra tarea pendiente.