Ruben Isidro Alonso, más conocido como “Padre Cacho”, es
recordado por su vivencia con y entre los clasificadores de residuos, desde que
se instaló en 1977 en la Parroquia de
los Sagrados Corazones, en la zona de Aparicio Saravia, hasta su fallecimiento
en 1992. Momento en el cual una conmovedora y larguísima caravana de carritos
acompañó a otro muy humilde carrito, que llevaba su féretro envuelta en la
bandera uruguaya, hasta el Cementerio del Norte. Aún recuerdo esas impactantes
imágenes que mostraba a las claras la existencia de ese “otro Montevideo”, que
durante décadas no formó parte del mapa político rosado más que a la hora de
pedir el voto.
A Cacho se le atribuye una anécdota singularmente ilustrativa.
Como es obvio, su trabajo ayudando a cobrar conciencia de su dignidad
personal a jóvenes eternamente
marginados, a organizarse en cooperativas y pensar como comunidad, le ganaba
enemigos de diverso pelaje. Y según se relata, una vez apareció en su comunidad
con los ojos muy morados, incuestionable
legado de una golpiza. Algunos de los presentes le reclamaron que se defendiera, que cuántas veces era
capaz de perdonar a los agresores que le habían atacado para seguir adelante
como si nada. “Setenta veces siete” contestó el cura Cacho.
La cifra no es casual: según el Evangelio según San Mateo
18, 21-35, al ser preguntado por Pedro sobre cuántas veces se debía de perdonar
a quien ofendía, Jesús de Nazaret contestó: «No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Más allá de la
simbología bíblica de la cifra siete, la expresión “setenta veces siete” es,
debidamente situada en la época y contexto en que fue usada, referencia a una
cifra enorme, inconmensurable.
Una
lectura posible de estas expresiones transcurre en torno al concepto del
perdón, que ha sido manoseado y
ultrajado para transformarlo en manto de cobertura de atrocidades. El perdón en
el cristianismo juega un rol medular, pero bien entendido no tiene nada de un
“vale todo”. El propio Nazareno corriendo a los mercaderes del templo, habla de
que el perdón cristiano no es conformismo cómplice y resignación inmóvil.
Además, en la misma doctrina de marras, quien perdona es el agraviado, y ningún
ser humano puede conferirse el derecho de perdonar las ofensas que sufrió otra
persona. Estos simples apuntes bastan
para separar el perdón cristiano, acto personal y de conciencia, del perdón
sanguinettiano, acto político y de conveniencia de los mecanismos de defensa de
las clases dominantes.
Sin
embargo, prefiero leer “Setenta veces siete” bajo otra clave, o en torno a otro eje, de mayor universalidad quizás que
el del perdón cristiano, un eje en torno al cual ya no cristianos genuinos,
sino todo aquel que anuncia y persigue una sociedad nueva y más humana, puede
encontrarse convocado. Me refiero al de la perseverancia.
Hemos
dicho que toda Revolución es un profundo
acto de amor. Amor en serio, no cursilería barata made in Hollywood.
Amor que a veces es grito, a veces es sudor y sangre, pero nunca deja de ser
amor. Y como tal, es un acto de suprema
perseverancia.}
Pensemos
en el plano personal: si usted realmente ama a alguien (un hijo, un hermano,
una pareja, etc.) y lo ve perderse en un
camino equivocado… ¿cuántas veces intentará rescatarlo, lograr que se dé cuenta
de su error y cambie de actitud?
Seguramente Setenta veces Siete. Si Usted ama a alguien que se ofende
por alguna opinión suya en una discusión
y que no quiere ni dirigirle la palabra…
¿cuántas veces intentará recomponer el diálogo y que surja la comprensión
mutua? Seguramente Setenta veces Siete.
Los
actos de amor colectivo, el compromiso con “el otro” o con “el compañero”, no
escapan a esta lógica ¿Cuántas detenciones, represiones, abusos, soportaron los
fundadores del sindicalismo en nuestro país, de los partidos de izquierda, o
más cerca en el tiempo, de la CNT, del FA? ¿Cuántas veces se levantaron tras
cada golpe para volver a izar banderas, cada vez un poco más alto y
conquistando alguna adhesión más? Setenta veces siete y me quedo corto.
La
única opción política que ofrece resultados a corto plazo es la complicidad con
el poder, el volcarse a la diestra, al servicio del poder fáctico. Porque se
destruye el aparato del Estado bastante rápido, se destruye la seguridad social
en un santiamén, se destruye la economía liberalizando y vendiendo hasta las
tuercas en un suspiro. Pero construir y sobre todo re-construir, no es para
ansiedades cortoplacistas.
El
militante de izquierda está empeñado en una aventura en la que se caerá y
levantará setenta veces siete si quiere acercarse a su objetivo. Sufrirá
ansiedad y desasosiego, muchas veces. Pero el militante debe perseverar. Debe
superar la natural expectativa y apuro
por ver los cambios, en pos de la persistencia que haga posible que los cambios
sean reales e irreversibles y no simple flor de un día.
Al
vecino, a la persona no particularmente politizada, no se le puede pedir esa
perseverancia y para ellos el militante siempre debe tener a mano tres o cuatro
ejemplos claritos de cambios concretitos, palpables, para marcar las
diferencias entre el antes y después del
FA.
Pero
el militante hoy está siendo presa de una enorme y evidente campaña de
desmoralización, tendiente a bajonearlo,
a sacarlo de su cauce. A mostrarle realidades como consumadas e inapelables,
como semimágicas e inmutables.
En
lugar de bajonear, esto debe estimular la revisión crítica de qué tan inmutable
es la realidad. Y si la Revolución no está a la vuelta de la esquina, pero un poco
mejor es posible distribuir la riqueza mediante un par de medidas concretas,
pues a por ellas hay que ir, sin inmutarse (valga la paradoja) por si hay que
insistir setenta veces siete para ser escuchados. Y debe reafirmarse en la
convicción de que si la derecha logra resultados a la corta, a la larga se
autodestruye, mientras que la izquierda, a la larga, construye y sobre nobles
cimientos, pero si y sólo si mantiene su apego a la perseverancia, a la
disciplina que no es seguidismo sino actitud convencida, que brota desde la
médula, de apego a los principios y al
valor del pensar y trabajar desde un colectivo.
Alguien,
por distracción o picardía, podría leer estas palabras como una suerte de
llamado a la resignación. Bien por el contrario, es un llamado a rechazar el
bajón y el “no se puede”. El repasar lo que se ha podido (Consejos de Salarios,
records de ocupación, récord afiliación previsional, Hospital de Ojos, derechos
para trabajadores rurales y domésticos, etc., etc.) y , en los temas donde no se ha podido aún, ir a por dos o tres puntos concretos de
inmediato. Y guardando siempre clara visión y convicción de que la izquierda no
obra con varita mágica sino con la rebeldía y el fuego sagrado de la búsqueda
de justicia, aunada a la perseverancia indoblegable de la clase trabajadora y
sus organizaciones. Que han conocido todos los avatares imaginables, pero llevan
un siglo de acumular fuerzas y obtener conquistas, nunca linealmente, nunca de
buenas a primeras. Siempre dispuestos a
protestar, proponer y reintentar
setenta veces siete. No por complacientes y comedidos, sino todo lo contrario:
por revolucionarios, que revoluciones solubles e instantáneas, hasta la fecha,
no se conocen.