Los gobiernos, en un sistema político como el nuestro, se eligen por voto
secreto y obligatorio cada cinco años.
El poder, en un sistema político
como el nuestro, no lo vota nadie y no suele renovarse.
¿Acaso Ud., querido lector ,votó alguna vez que tres familias, controlen
la inmensa mayoría de los medios en Uruguay?
¿Acaso Ud., querido lector, votó
alguna vez a los propietarios de las estancias y cabañas más prósperas, o a los
de los frigoríficos?
¿Ud. votó a la flor y nata de la banca y sistema
financiero uruguayo?
¿ O acaso a los estudios jurídicos de mayor renombre, que
asesoran a los grandes capitales financieros?
¿Ud. votó contratistas de fútbol,
periodistas que son escuchados cual gurúes, encuestadores que analizan y
moldean la opinión pública?
Me temo, querido lector, que en todos los casos de esta muy incompleta
lista, la respuesta es un enorme "NO". Y lo que hilvana esta lista,
con sus amplios matices de diferencias, es un común denominador: el poder, el
poder real, el que surge de los medios económicos, la red de vinculaciones, el
dominio de ciertas actividades y/o la capacidad de incidir sobre todos los
ciudadanos, de un modo u otro. Incluído el gobierno.
El gobierno administra una parcela del poder, la que controla la
ciudadanía: el poder político, la administración de los altos niveles de
conducción del Estado. Desde allí puede tener una relación más o menos tensa
con el poder real, tensión que depende básicamente de en qué medida intente afectar
los intereses de este último, cambiar las reglas de juego.
La experiencia internacional, y la de Uruguay también, suele mostrar que
cuando un partido de izquierda llega al poder, suele afectar o transformar sus
privilegios, pero tanto o más es lo que el poder logra afectar y modificar al
partido gobernante. E insisto, sin que esto signifique crítica frívola, ni
patada para nadie, ni infantilismo de izquierda: eso nos pasó también a
nosotros. Nuestro discurso, nuestras referencias ideológicas, nuestras posturas
frente a ciertos temas hoy, año 2013, guardan varias diferencias sustantivas
con las del 2003.
En parte los cambios son necesarios, porque el tiempo a veces hace
madurar visiones en un sentido u otro. En parte, los cambios son inevitables,
pues el ejercicio del gobierno da una perspectiva y conocimiento diferente de
la realidad que la que se tiene cuando jamás se ejerció esa responsabilidad.
Pero en parte, es también una pequeña victoria del status quo, del poder, el
lograr al menos en parte "amansar la fiera", lograr que la moderación
se vuelva un valor en sí misma, o que la izquierda se obsesione por ser
"responsable y seria" y al menos parte de ella se corra algunos pasos
hacia el centro.
Esto no es un lamento, ni mucho menos reclamo o denuncia. Es mera constatación de lo que, insisto, es
regla casi universal. A la que quienes marcan excepciones, entran expreso en la
Historia, como Hugo Chávez, por ejemplo.
Mi punto hoy es la construcción
del contra-poder, de una alternativa a ese poder, que por cierto incluye lograr
que siga gobernando el FA y que el FA retome algunos lineamientos programáticos
que son de absoluta vigencia. Y que se entienda que, por ejemplo, nada es más
serio y responsable que pretender que los medios de comunicación sean un terreno
de ejercicio de la democracia y no de la hiperconcentración, o pretender
mejorar la distribución de la riqueza. Pero el contra-poder es una construcción social, de
base, que trasciende a la elección del
gobierno: por lo antedicho, porque el poder trasciende a los gobiernos.
Esa tarea de construcción de alternativas pasa por muchas tareas
pequeñitas, que se hacen mano a mano y en los 19 departamentos. Es encontrar en
la inmensa mayoría de los uruguayos, muchos de los cuales votan a la derecha y
otros son frentistas que piensan que
todo empieza y termina con elegir buenos candidatos, los puntos concretos de
SUS vidas que son amargos o dolorosos por culpa del poder y sus reglas
absolutamente injustas de juego. Es decir: qué privaciones, qué dolores, que
ausencia de derechos o lisa y llanamente abusos, carga sobre sus espaldas el
vecino, el compañero de trabajo, el familiar, para desde ESA concretísima
realidad encontrar el hilo para entender qué hay que cambiar y que "nada
podemos esperar sino de nosotros mismos". Que haga carne que si EL mismo
no expresa de manera efectiva su disconformidad y rebeldía ante SU explotación,
pues probablemente nadie lo haga. No hay que hablar de Revolución ni de lucha
de clases de buenas a primeras, me parece a mí, con un vecino que puede ser ( a
causa de años de lavado de cerebro ), refractario a esa terminología. Hay que
hablar de cómo es posible que se deslome trabajando sin conseguir ciertos
mínimos derechos mientras el hijo del patrón
que a la hora de discutir salarios aduce "no poder dar más" va
de fiesta en fiesta a todo trapo, por ejemplo. Hay que hablar de desde cuándo
ese patrón tiene esos privilegios y conductas, y quién lo protege y defiende
desde la política.
Al hacer eso, se está- aunque no se nombre, analizando la lucha de clases
de hoy. Y se está haciendo una tarea genuinamente revolucionaria. Y abriendo la
puerta para mañana, poder hablar de
lucha de clases y Revolución con todas las letras. Pero se empieza por el principio y el
principio son las realidades, no las palabras que se usen para
describirlas: al principio, creo yo que
cuanto más sencillitas y habituales al oído ajeno, mejor.
Seguramente ninguno de nosotros resista comparación con Fidel o el Che.
Pero cada nueva conciencia que logremos estimular a que reclame mejor distribución de la riqueza es nuestro pequeño Moncada, y nuestro pueblo,
vecindario y tejido social de amistades, nuestra Sierra Maestra.
Vaya un enorme abrazo a todos los compañeros que así luchan y así viven
en cada uno de los 19 departamentos. Lo poco que sé de luchar y militar, lo he
aprendido y aprendo de su ejemplo. Simbolizo a todos en un fuerte abrazo a
Leonardo Valiente, de Flores, que acaba de recordar de forma conmovedora la
pérdida de su mentor y compañero de lucha, y a Ruben García Alvarez de
Paysandú, que ha tenido la enorme generosidad de saludarme y ayudarme a entender el sentido de estas líneas
semanales.
La Revolución es un acto heroico,
pero no necesariamente gesta de combate militar. La Revolución es la
construcción cotidiana de una alternativa, que empieza por ayudar a abrir
alternativas en el pensamiento y sentir
de quienes nos rodean, ayudar a que se entienda que lo que siempre ha sido (el
poder) bien puede no ser y debería ser reemplazado (el contra-poder). La
Revolución es de carne y hueso, suda la gota gorda, tiene cara y nombre: el de cada
luchador que busca persuadir repetuosa y perseverantemente.
A todo ellos, el más fuerte y
sincero abrazo. A seguir peleando por más y mejor gobierno del FA. Pero sin
dejar al gobierno la monumental tarea de cambiar el poder. Que la Revolución,
que sigue siendo el objetivo de estas páginas y de este simple escriba, o la
forjamos entre muchos y desde todos los puntos cardinales, o se posterga hasta
nuevo aviso.