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martes, 13 de marzo de 2012

21 de marzo: la larga marcha de los dos demonios a la institucionalidad democrática responsable. Gonzalo Perera

            Tragedias como las que vivió este país entre 1973 y 1984, no tienen remedio ni cura. Son de esos desgarros que laceran de por vida, obviamente. Pero se pueden tratar mejor o peor. Y buena  parte de la dignidad de una comunidad se resuelve en qué tan mejor o peor se tratan todas las heridas sin curas, todas las desgracias profundas.
 Sin exagerar, lo que va a ocurrir el 21 de marzo, es un acontecimiento histórico y casi inverosímil en algunos de sus ribetes. El Estado uruguayo asumirá su responsabilidad por las violaciones a los Derechos Humanos cometidas por la sangrienta dictadura cívico-militar. Hace unos años, un tal reconocimiento, sin exagerar ni una milimicra, parecía absolutamente impensable.
Pero además el reconocimiento vendrá de la mano de José Mujica Cordano como Presidente de la República y Eleuterio Fernández Huidobro como Ministro de Defensa. Dos rehenes de la mencionada dictadura, que vivieron en las condiciones más infrahumanas imaginables la mayor parte de esa larga noche de nuestra historia. Y eso le da un segundo nivel de lectura al acto, que me parece muy pertinente: el de la tan mentada institucinalidad democrática.
            Hago memoria en primera persona. Corría el año 1997. Yo vivía en País e integraba el colectivo “¿Donde están?”, cuyo motor fuera de borda era Zelmar “Chicho” Michelini, pero que integrábamos varios miembros de la comunidad uruguaya en Francia, teniendo como único objetivo enfrentar en ábitos internacionales la amnesia del Estado uruguayo sobre los delitos de lesa humanidad perpetrados en la dictadura, particularmente las desapariciones forzadas ( de ahí el nombre del grupo). Gobernaba por segunda vez el Uruguay Julio María Sanguinetti y Miguel Angel Semino (jurista muy cercano al entonces presidente) era el embajador uruguayo en Francia. Nuestras actividades eran, obviamente, absolutamente mal vistas por la embajada uruguaya, y todo había que hacerlo a pulmón. Recuerdo que nos visitó una noche Javier Miranda, para ponernos al tanto y de primera mano, sobre como veían la situación “desde adentro” los familiares. Con la impresionante capacidad de Javier Miranda para seguir siempre adelante con serena firmeza, nos trasmitió un mensaje de ánimo, pero desde un panorama inocultablemente sombrío. En Uruguay, se había puesta una roca monumental sobre todo lo que significara revisar el pasado y no había por entonces movimiento alguno que sugiriera una posible luz. Salvo perseverar.

            Gobernaba Julio María Sanguinetti, Ministro de la presidencia de Juan María Bordaberry, la que desencadenó el golpe en 1973. Justicia elemental, cabe señalar que se trató de un golpe que Sangunietti no acompañó y de una dictadura a la que se opuso. Pero es difícil  creer que no haya visto como se fue gestando a fuego lento, en un doble movimiento paralelo de: liberalización de la economía entregada de lleno al gran capital por un lado y aumento de la represión ante la protesta social por otro, movimientos ambos que comenzaron en los inicios de la década del 60 y se fueron intensificando. 
 Los documentos desclasificados por los EEUU nos muestran hoy a las claras que los golpes de Estado en toda la región tenía como objetivo el asegurar el cono sur para la libre circulación de capitales y centro de actividad financiera sin particular prurito ni control, y por cierto, el evitar "preventivamente" cualquier conato de resistencia que pudiera intentar emular una nueva Cuba. Para ello los EEUU impulsaron  el adoctrinamiento fascista de los militares de los países con mayor tradición republicana, en la Escuela de las Américas de Panamá,  de forma de tener Fuerzas Armadas dispuestas a tomar el poder llegada la hora. Consta también la coordinación regional de los militares fascistas y la CIA en el marco del macabro Plan Cóndor, para exterminar de raíz toda posible resistencia. Es un hecho fehacientemente docuementado qu etodo este tenebroso proceso vivido por nuestro países fue el fruto de una estrategia cuidadosamente elaborada por el Departamento de Estado y la CIA, con muy entusiastas adherentes civiles y militares en el Uruguay. “Ruido a sables y plata dulce” podría ser la consigna que resumiera el mensaje que desde el norte se envió a toda la región. 
Es racionalmente obvio- pero además se manifiesta explícitamente en varios de los documentos antedichos- que los golpes de Estado eran la parte culminante de una estrategia diseñada in totum, desde el principio, por algunos de los “genios” de la geopolítica que por esa época llegaron a la Casa Blanca y alrededores. Las dictaduras estaban decididas, pues eran una fase táctica obviamente necesaria una vez que se desatara la escalada de liberalización y represión. Insisto: eran una fase táctica de una estrategia prediseñada, que las incluía como “mal necesario”, pero a aplicar sin vacilación. Por ende, no hubo “eventos desencadenantes” de la dictadura. Como suele ocurrir en la Historia, puede haber “anécdotas propiciantes”, hechos puntuales que sirven de excusa para que tendencias que se viene desarrollando sostenidamente den un salto cualitativo. Como lo fueron en Uruguay el pedido de desafuero de Erro, o en el 76, las desavenencias entre los sueños medievales de Bordaberry y la opinión predominante en los militares de que los partidos tradicionales debían volver a existir, aunque bajo tutela. O los propios actos de la insurgencia armada, como el MLN-T en Uruguay. Para decirlo clarito: si en el Uruguay no hubiera habido tupas, si no se hubiera pedido el desafuero de Erro, si Bordaberry no se hubiera obsesionado en su catolicismo pre-conciliar y antirrepublicano, hubiéramos tenido dictadura igual. Otras anécdotas habrían servido de excusa para rodear con tanques el Palacio, para secuestrar y torturar sindicalistas y militantes políticos, para enviar al ultrarradical Bordaberry  para su casa, para dar vía libre a “la tablita”, al “boom de la construcción”, a la destrucción del sistema educativo, y a tantas gracias que hicieron explotar al país entero.
Sin embargo, Sanguinetti se empeñó denodadamente en tratar de solventar ideológicamente la “teoría de los dos demonios”, según la cual el alzamiento militar fue la respuesta a la insurgencia tupamara. En una inteligencia y cultura histórica como la de Dr. Sanguinetti, me sorprendió desde el primer momento una argumentación tan paupérrima.  A la altura de atribuir al atentado de Gavrilo Princip en Sarajevo el 28 de junio de 1914 el  desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial y no a los conflictos entre las potencias coloniales y su necesidad de un gran guerra como dinamizadora de una industria militar que ya iba desde el mar hasta el aire, producía blindados y armas químicas como el tristemente célebre “gas mostaza”. Un negocio de ensueño para la industria pesada de todas las potencias involucradas y para la banca suiza, siempre neutral, siempre prosperando gracias a la sangre de un mundo entero.

Pero sin necesidad de tanta fineza histórica, Sanguinetti se empeñó en ignorar obviedades. Como lo hacen ahora algunos ediles de Pedro Bordaberry (el caso más vergonzoso y sonado, el del edil Casco en la Junta Departamental de Flores, que no se puso de pie en el homenaje de todos los curules al recuerdo del maestro Julio Castro), quienes de manera “casual”, tras el legítimo homenaje a Julio Castro, proponen en diversas Juntas homenajear a Pascasio Baéz, homologando una situación y otra. Seamos bien claros: considero el asesinato del peón Pascasio Baéz   un crimen horrible, que no defiendo ni medio segundo y frente al dolor de su familia sólo me cabe el respeto propio a una pérdida tan injusta. Pero fue un crimen cometido por un civil, en nada amparado por el Estado, sino que de hecho en medio de un levantamiento contra el Estado. Julio Castro fue ejecutado por servidores del Ejército Nacional, a los que todos los ciudadanos les pagamos el sueldo para protegernos, no para matarnos. Asesinos y homicidios hay en todas las sociedades, es espantoso y frente a cada caso concreto uno se queda sin palabras, pero lamentablemente la Historia muestra que, en mayor o menor medida,  es siempre parte de la naturaleza humana. Pero si quienes cometen tales actos contra un indefenso ciudadano, son quienes privilegiamos con el monopolio de la fuerza armada y pagamos su sueldo, para que nos libren del accionar de los criminales internos o amenazas externas, entonces se está en un nivel de barbarie que nada tiene que ver con los crímenes aislados -o aún organizados- cometidos por civiles librados a su suerte.

¿Cómo consideraciones tan obvias pudieron ser siempre esquivas a un intelecto caracterizado por su fineza, como el del Dr. Sanguinetti? Nunca lo pude entender en el plano de la concatenación racional, ni aún lo entiendo.

Quien como presidente, forzó, bajo pretexto de una libretada “insubordinación” del Teniente General Hugo Medina (premiado luego con la cartera de Defensa), la maldita Ley de Impunidad. Quien como presidente, hizo una campaña completamente terrorífica para llenar de miedo a la población e impulsar el voto amarillo, llenándose la boca de acusaciones de “violentistas” a todos quienes queríamos que triunfara la papeleta color esperanza, y abogando por la “defensa de la institucionalidad ante todos”.  Cumplido su objetivo de que venciera el voto amarillo, se encargó cuidadosamente de incumplir el artículo cuarto de la Ley que él mismo promulgó y defendió con uñas y dientes, y se pretendió poner un manto de olvido sobre el pasado y sus víctimas. En su segunda presidencia, cerró cuanto camino se pudo abrir, y se encargó de responder con aspereza ante el legítimo reclamo del poeta Juan Gelman. Muy poco tiempo después su “amigo” Jorge Batlle lo dejaría en flagrante off-side, al mostrar que al menos en el caso de Macarena Gelman estaba perfectamente al alcance de la mano.
Por diversos y largos recodos del camino de la Historia, ha llegado el momento del sinceramiento para el Estado uruguayo. Fue desde su entraña que se cometieron los más atroces crímenes de su historia, es el propio Estado quien debe asumir su responsabilidad en los hechos.
Si las culpas  siempre asumieran los rostros de sus principales gestores, no cabe duda que quien debiera hablar admitiendo públicamente las responsabilidades del Estado Uruguayo en las violaciones de los Derechos Humanos, sería el Dr. Julio María Sanguinetti. Quien esquivó el menor riesgo de tal sinceramiento en los ocho años que la ciudadanía le confió la mayor responsabilidad ciudadana. Quien abogó tanto como pudo por el ocultamiento del tenebroso pasado y de la responsabilidad del Estado, para nada excusable ni diluíble en ninguna acción de grupos civiles actuando al margen de la ley, pero bajo su cuenta y riesgo y más cuando las víctimas, en su mayoría, nada tenían que ver con el MLN-T.

Pues bien, quien pondrán cara a la institucionalidad, a la responsabilidad del Estado uruguayo como institución, serán el Presidente y el Ministro, dos viejos tupas, dos ex-rehenes de la dictadura, en una fina ironía de la Historia. Por este acto, les lloverán críticas de Barlovento y Sotavento, pues para algunos será una afrenta por lo poco y para otros una afrenta por lo demasiado. Este acto es bien posible que no convenza ni a tirios ni a troyanos, porque revuelve el mayor dolor de nuestra Historia.
Trato de evitar, con todas mis limitaciones, las ambigüedades. Lo que va a ocurrir el 21, con Macarena allí, con Javier Miranda Director de Derechos Humanos del MEC, con genocidas de diverso calibre condenados por la justicia, con restos encontrados e identificados, en aquella noche de París de 1997, era una verdadera quimera o una broma de mal gusto. Nunca en este tema me he sentido indiferente o “neutral mediador”. En absoluto. Siempre me he sentido del lado de las víctimas, de los torturados, de los familiares de los detenidos desaparecidos, de los gurises secuestrados, sin cometer jamás el atrevimiento de pretender imaginar lo que han sufrido y pasado, pero apoyándolos y tratando de acompañarlos en su lucha.

La Presidencia de la República es un mandato muy difícil de cumplir, me parece. Y no es cuestión de vestimenta, retórica o gestualidad. Es cuestión de hacer frente a las responsabilidades institucionales, hasta las más paradojales y que parecen ironías de la vida. El doctor Julio María Sanguinetti, hombre de fina inteligencia, hablar docto y sólida formación, mostró, frente a estos hechos, lo de primera magnitud, que la banda presidencial le quedaba muy grande. No sólo no asumió la responsabilidad institucional en las violaciones a los Derechos Humanos, sino que hizo todo cuanto pudo para barrer bajo la alfombra y sellar la alfombra al piso, para que nunca jamás nadie pudiera redescubrir las trazas de la basura.

José Mujica Cordano, Presidente de la República, será quien pondrá la cara por el Estado uruguayo reconociendo lo innegable. Le dará, con su actitud, cabal sentido a la tan mentada “institucionalidad democrática”, sobre la que es fácil hacer gárgaras, pero muy difícil concretar su respeto.
Estaremos en desacuerdo en otros temas con el Presidente. Pero no hay medias tintas en este asunto mayor, a mi juicio. Y estoy sinceramente convencido que José Mujica Cordano, Presidente de la República Oriental del Uruguay, el 21 de marzo mostrará  la justa talla de la banda presidencial, al asumir plenamente y con la dignidad necesaria para hacerlo, la responsabilidad institucional del Estado que su persona representa.

Parecía un imposible. Costó una enormidad. Fueron intrincados los vericuetos del camino que nos llevaron hasta aquí. No juzgo ni atribuyo intenciones sino hechos históricos, en contexto y perspectiva. No soy opinólogo ni interpretólogo, soy un simple militante de convicciones acertadas o erradas, mal o bien llevadas a la práctica, pero a las que trato de seguir con claridad. Y es obvio que respeto a quienes piensen diferente, particularmente desde el lado que siempre sentí como propio, el de las víctimas. Pero yo no soy indiferente al acto del 21 de marzo. Y me alegro  de haber contribuido con mi voto a que el Presidente de la República sea José Mujica Cordano y el Estado uruguayo asuma públicamente lo que jamás debió pretender disimular, ocultar o envolver en un manto de amnesia, en ejercicio de una perversa interpretación de la palabra “institucionalidad democrática”

1 comentario:

  1. Impecable en el historiar paso a paso todo lo vivido para llegar a estos días con este acto que llevará a cabo el Presidente Mujica. No se puede entender las críticas que está recibiendo puesto que ni si quiera lo decidió él sino que es una obligación que llega de una organización internacional y que se debe acatar. Me gustaría saber qué hubieran hecho los presidentes que lo antecedieron si esto se hubiera dedo durante sus mandatos. ¿Se negarían a acatar?.

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