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miércoles, 7 de marzo de 2012

La loca de Gandoca (Por Mónica Moore)

Homenaje a todas las “Locas” desconformistas. 

La novela La loca de Gandoca, de Anacristina Rossi, expone uno de los grandes problemas pertinentes a la implementación del llamado “ecoturismo”. En efecto, existe una contradicción en el mismo término, generada por la idea de que, si bien en una supuesta forma respetuosa, el ser humano tiene el derecho de seguir explotando la naturaleza para su lucro privado y/o oficial. Fundamentalmente, el concepto de “ecoturismo” en Hispanoamérica sigue apelando a un falso sentido de superioridad antropocéntrico, mitigando la obligada responsabilidad del ser humano en relación a la destrucción del medioambiente. No estaría de más anotar la ironía que presenta la noción de “ecoturistas” desplazándose en aviones, con la quema de combustible masiva que esto conlleva, para llegar a lugares donde todavía se pueda apreciar la naturaleza prístina. Más allá de estos argumentos, el término “ecoturismo” puede, a su vez, ser cínicamente utilizado por corporaciones y gobiernos corruptos, para encubrir otros daños ecológicos; con la constante de guiarse siempre y primordialmente por un afán de ganancias monetarias. En el caso específico de Costa Rica:

Los problemas del ecoturismo incluyen la dominación extranjera, que es dueña de las instalaciones generales y ecoturísticas, el daño extenso al medioambiente por los constructores y visitantes, y la diversificación de las ganancias hacia otras actividades y países. (Universidad, junio 18,1993) (Monge-Nájera, párrafo 51) (traducción mía).

Es decir, la viñeta “ecoturismo” se presta para ser usada por corporaciones oportunistas para concretar proyectos de desarrollo económico, los cuales, a su vez, presionan a los gobiernos locales carentes de recursos y, en muchos y tristes casos, de escrúpulos. En Costa Rica, varios escándalos involucran directamente la corrupción gubernamental con el daño ecológico, en una variedad de proyectos “ecoturísticos” que se extienden desde enormes proyectos playeros como el “Papagayo” hasta pequeñas propuestas “ecoturísticas” tales como la del refugio Gandoca (La Nación, feb. 7, 14, 1992, 6 de marzo de 1993). Este eminente potencial corruptivo dentro del término “ecoturismo” cobra vida en 1990, cuando el gobierno de Costa Rica aprueba una propuesta, un “proyecto hotelero” en el refugio de Manzanillo de Gandoca, de la compañía “Eurocaribeña”. En realidad, como Kearns establece, este proyecto comprendía la erección de un consorcio de condominios, con la consecuente apertura para la construcción del sector privado y la extensa urbanización que ésta implicaría (Kearns 313). En el momento que estos hechos ocurren, Anacristina Rossi emprende una campaña de oposición pública a dicho proyecto, la cual, por su parte, genera la concepción de su novela. La divulgación de esta obra tiene, a su vez, el honor de haber sido causante directo de que “Costa Rica fuera premiada en 1993 con el premio Diablo Ecológico en la Feria Internacional de Turismo por tener el ecoturismo más hipócrita” (La Nación, March 31, 1993) (Monge-Nájera, párrafo 52) (traducción mía). En esencia, el texto que aquí analizo retrata las peripecias vividas por la protagonista en su lucha por preservar el refugio Gandoca de daños ecológicos adicionales. Este conflicto está simbolizado en el libro por el personaje de Daniela, quien se opone al proyecto de urbanización del consorcio hotelero italiano de “la compañía ‘Ecodólares S.A.’. En la novela de Rossi, el arquitecto y los ingenieros del proyecto son costarricenses de buena sociedad y mucho poder” (19). En la vida real el proyecto fue propuesto y finalmente implementado por la compañía Eurocaribeña con el apoyo del entonces presidente de la república, Rafael Ángel Calderón, y su ministro de recursos naturales, Energía y Minas, Hernán Bravo Trejos (Kearns 314).

En este artículo me propongo demostrar cómo un discurso con conciencia ecológica dirige la forma y el contenido en la obra de Rossi. Estos elementos, a su vez, se atienen a los rasgos de la literatura ecológica en el mundo hispano. Conjuntamente, mi enfoque extrae conexiones con las visiones de Ivone Gebara en Intuiciones eco feministas (2000) y las de Jorge Paredes expuestas en su libro El Popol Vuh y la trilogía bananera. Estructura y recursos literarios (P/V/E/R) (2002). De acuerdo a todas estas premisas analizo cómo a través de una visión femenina hispanoamericana, La loca de Gandocacrea un contradiscurso al antropocentrismo. Consecuentemente, la obra es una denuncia, de la explotada naturaleza, desde una perspectiva hispanoamericana.


Resistencia genérica 

En este punto me parece pertinente señalar, como afirma Achugar, “la importancia desde dónde, y quién escribe” (Achugar, 60). La obra de Anacristina Rossi, simplemente articula la necesidad para los hispanoamericanos de reconocer, introspectivamente, de que funcionamos bajo otras influencias culturales con las nuestras, sincretizadas o sepultadas, bajo un eurocentrismo que aún sustenta y domina nuestra realidad americana. Aun así, escrito desde un espacio de urgente crisis, el texto de la autora costarricense vivifica la posibilidad de encontrar maneras nuevas y/o alternativas de interpretar las injusticias de nuestros propios contornos. La loca de Gandoca representa la vanguardia de una forma de narrativa con tono ecológico influida, como todo producto cultural, por la realidad del contexto que
la rodea. Para enfatizar las posibles diferencias dadas por distintas perspectivas, según el contexto desde donde cada una parta, es pertinente leer el siguiente pasaje de La loca de Gandoca:

Llegó un bicho verde, greñudo y gordito. Lo reconocí en seguida: era el “dueño del monte”, entidad legendaria de cuentos y consejas. Lo primero que te voy a pedir, Daniela, es que aclarés a los lectores que no soy metáfora ni un recurso de estilo. Que esto no es realismo mágico. Mi presencia es verdad. —No va tu aclaración. Acabo de afirmarles a mis hijos que el cuyeo es un pájaro mágico. Por lo tanto, vos también podés ocupar esa categoría. —Sí, yo soy mágico pero no porque lo quiera tu estilo, ¿entendés? Explicá que soy un espíritu de los bosques, el espíritu de la enmontazón. Explicá que tenés aliados vegetales, aliados naturales (97).

En efecto, para una visión hispanoamericanista, el término realismo mágico presenta una seria dificultad en su designación de lo “mágico”. Los elementos dados en la creación literaria hispanoamericana que no se presten a una racionalidad occidental, se les denomina peyorativamente como elementos productos de una creación imaginativa, o mágica. Sin embargo, el llamado realismo mágico valida dos maneras de concebir el mundo a partir de dos ópticas: una que se ajusta a la visión eurocéntrica y otra que es parte de la realidad de una cultura tradicional no-europea; sin que ninguna cause un conflicto de fe dentro del mundo narrativo. Por consecuencia, para el lector costarricense, el “dueño del monte” y la magia asociada con el cuyeo, forman parte de las creencias de la zona, tan o más validas que, por ejemplo, los milagros de Jesús en la tradición judeocristiana. Precisamente, teniendo en cuenta las múltiples argumentaciones que surgen a raíz de las teorías literarias, Rossi reniega de dichas imposiciones, o discusiones, cuando intentan encasillar a cualquier visión de mundo ajena a la occidental, con el rótulo de ficción, superstición ignorante o magia. Por lo tanto, el texto de la autora costarricense también incorpora creencias populares como la siguiente:

Ya va a amanecer. Lo sé por el pájaro. El pájaro empieza tit... tit... tit, tit, tit, como un dínamo que se echa a andar y cuando está a toda máquina, para bruscamente y hace ffiiiuuu, ffiiiuuu, ffiiiuuu. Cuando el pájaro hace eso es que va a amanecer (15).

En efecto, el conocimiento local de Daniela, tal como el pasaje previo refleja, provee al personaje de una intuición especial y sensible al hábitat que la rodea. Es innegable que la función de la novela La loca de Gandoca consiste primordialmente en la necesidad de dejar constancia escrita sobre ciertos eventos acaecidos en Costa Rica, que culminaron en el deterioro de la naturaleza. Por consiguiente, denunciar la coyuntura ecológica del refugio Gandoca con el subsiguiente detrimento de su flora y de su fauna, es el principal cometido de Rossi. Este propósito cobra simbolismo cuando la voz narrativa piensa “en donde dejar constancia de la canción melancólica del ‘Curré’ ” porque “la palabra es la historia mientras se registre escrita en algún lado” (102).

Sin embargo, La loca de Gandoca presenta un aspecto novelesco en sus tácticas retóricas, como la representación de diálogos, las descripciones poéticas, la especificidad de datos y nombres, el realismo mágico, alusiones históricas, cambios temporales y la apropiación de elementos extraídos de la cultura popular. Dentro de estos últimos modos de narrar hay ciertos elementos que apuntan también, consciente o inconscientemente, a una herencia cultural precolombina. Por ejemplo, los cambios temporales, el contrapunto de las historias, con su alternación de discursos íntimo y oficial y el tiempo cíclico de las novelas son todos elementos característicos del Popol Vuh (P/V/E/R 5). Dicha influencia se reconoce en forma explicita en la introducción del libro: “ ‘Oye bien, hijita mía, palomita mía: no es lugar de bienestar en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad. Se dice que la tierra es un lugar de alegría penosa, de alegría que punza’, palabras del padre náhuatl a su hija CÓDICE FLORENTINO”. Así mismo, la estructura de La loca de Gandoca verbaliza una concepción del tiempo en ruptura con las coordenadas temporales occidentales. El comentario de Daniela: “Me gusta que no haya electricidad y que las actividades deban acomodarse al horario del sol” (26), implica una reafirmación de la posibilidad de libertad de existencia para el individuo; más allá de parámetros y convenciones dados por una sociedad consumista que todo percibe en términos de horas, producción y rendimiento capitalista. Por añadidura, trazando una vuelta circular, el texto comienza y termina con la misma frase: “Odiabas los boleros, Carlos Manuel”. A pesar de que un concepto cíclico del tiempo pareciera indicar una situación en donde no suceden cambios, el transcurso circular narrativo de este texto indica una transformación, dado que la novela traza el avance del deterioro ecológico. En efecto, en términos concretos, la lectura de La loca de Gandocafomenta un cambio de perspectiva con potencial de concienciación ecológica. También es menester recordar que de la mencionada forma, el texto de Rossi se ve iluminado por la tradición oral de las culturas ancestrales y que, de esa manera también la autora se reconoce como una voz que expresa el sentir colectivo en su contexto específico. Si bien la obra no niega ni descarta la posibilidad de un discurso íntimo, el texto no se encierra en una intimidad, ya que asume una misión colectiva ante su pueblo. El texto de Rossi responde así a un compromiso nacional entretejido con la intimidad, para lograr una mayor trascendencia. La autora mantiene una posición estética y ética comprometida con su realidad y circunstancia históricas.

Es en la intersección de estas últimas voces, la alternancia entre las descripciones gráficas y reales de la historia y el lenguaje lírico e íntimo, donde emerge un espacio hispanoamericano discursivo cuya voz es la naturaleza marginalizada.


Gin(eco)-logía desde Hispanoamérica 

Para elucidar el peligro de leer ciertas obras a partir de patrones occidentales exclusivamente, paso a considerar la siguiente cita que considero aplicable a mi argumento:

El énfasis que las culturas aborígenes mesoamericanas ponen en el funcionamiento de parejas no es arbitrario, ni un instrumento discursivo que sirva para mostrar la otredad. Más allá de las consideraciones estético filosóficas, funcionar en parejas permite la continuación o perpetuación de los pueblos y su vida cultural (P/V/E/R 112).

Entonces, aplicando esta propuesta podemos decir que una lectura de La loca de Gandoca que fije su atención en el personaje de Daniela, y relegue el papel de Carlos Manuel como secundario es sumamente problemático. En efecto, si se observa el paralelismo cronológico advertimos cómo el daño ecológico avanza, análogamente al desgaste físico y la eventual muerte de Carlos Manuel:

Cuando me di cuenta de que los dueños de los BMW, de los Range Rover y Mercedes seguían y seguían y nadie los metía en cintura, compraban, talaban, drenaban, regaban toneladas de cangrejicidas, cuando llegó la electricidad y empezaron a correr los rumores de que iban a cementar bien la carretera, fue demasiado tarde: yo ya estaba embebida en tu proceso, Carlos Manuel, absolutamente cerrada al mundo y volcada sobre lo que me quedaba de tu amor, sobre lo que me quedaba de tu persona tratando de salvarnos. Fue una extraña coincidencia el que las campanadas de destrucción de esas latitudes y de las campanadas de tu enfermedad sonaran al mismo tiempo (33).

Formando un nudo semántico que anuda ambos hilos, el mal que este personaje masculino sufre es una intoxicación que corre sincronizada en el hilo narrativo con la intoxicación, o polución del medio ambiente. No menos significativo resulta el hecho de que el personaje femenino sea iniciado por Carlos Manuel en el aprendizaje de una nueva visión de mundo donde el ser humano se presenta existiendo en armonía y al unísono con la naturaleza. En efecto, dialogando con la memoria de Carlos Manuel, Daniela le dice “Me presentaste a la señora del Atlántico, aquí y en cualquier sitio Yemanyá de Benín” (12). Por lo tanto, este pasaje ilustra la presencia de una conciencia masculina compenetrada con su ámbito natural, y armonizada con su complemento femenino. Recíprocamente, Daniela describe su soledad cuando Carlos Manuel muere como el “desierto plano y unilateral que es la viudez” (63).

Esta imagen de continuidad perpetuada y representada por una pareja humana, actúa bajo el patrocinio de Yemanyá, diosa de los elementos naturales. Esta diosa por su parte, se atiene a las características de dioses precolombinos ya que, según Paredes, cada uno de ellos puede ser “tan infalible e impotente como los hombres cuando la situación así los requieren” (Paredes 114). En efecto, esa asociación de imágenes: naturaleza y hombre coexistiendo armoniosamente, se trunca a partir del momento que los excrementos, “las latas en el fondo, las botellas de plástico, los desagües de varias cabinas” llegan al río cuya vera “había sido talada de árboles” (74). En el momento preciso de la narración en que estos daños al medio ambiente se concretizan, Carlos Manuel también muere ahogado. La siguiente afirmación se ajusta también a La loca de Gandoca:

Sólo si el individuo es capaz de renunciar a la conducta individual, y acepta la necesidad de buscar y encontrar un complemento en otro ser humano, que lo acompañe a través de su vida y lo secunde en sus empresas, puede aspirar a alcanzar la estatura de héroe (P/V/E/R 70).

La “resurrección”, o el escape de Daniela del aletargamiento en el cual se hunde a consecuencia de la pérdida de Carlos Manuel, se efectúa como reacción a la evidente avanzada del proyecto constructor. (72) A partir de ese momento, la lucha de Daniela tampoco se da en términos individuales, ya que es todo un movimiento colectivo con los habitantes de la zona el que atenta presentar oposición a la destrucción del medio ambiente. Cuando los grupos locales proponen a Daniela tomar el comando de una resistencia, ella reacciona así:

Les contesté que me sentía incómoda, que yo no tenía pasta de líder comunal... Lo único que les puedo recomendar es que exijan un turismo que no dañe a la naturaleza, un turismo modesto, de pequeño tamaño, verdaderamente ecológico. Y una participación directa en el desarrollo: socios, no meseros ni mucamas (55).

En términos de lucha, entonces, Daniela está dispuesta a colaborar con su opinión pero no a asumir el control individualista de la misma que podría ser considerado como parte de una conciencia feminista de corte occidental.

Sin negar validez a las críticas de un cierto tipo de pensamiento y acción ecofeminista foráneas al continente hispanoamericano, se debe afirmar que el discurso ecológico centra su enfoque en un paralelismo entre las coordenadas dadas por la explotación humana y medioambiental. De acuerdo a Guevara, dicha visión considera que en la medida que todas las mujeres son parte de un destino común, y de maneras pertinentes a sus contextos propios, la lucha ecológica femenina debe ser dirigida a la preservación de toda forma de vida. Es decir, una vez más, la importancia “de quién y desde dónde” surgen los enunciados cobra importancia fundamental. De la misma forma, como señala Carolyn Merchant, el concepto de naturaleza, relacionado con la experiencia de las mujeres, puede tener tanto un significado positivo como negativo,

Para la teoría orgánica resultó clave la identificación de la naturaleza —y la tierra en primer lugar— con una madre nutriente: un ser femenino suavemente benefactor que se ocupa de las necesidades de la humanidad en un universo ordenado, planificado. Sin embargo, prevaleció también otra imagen opuesta de la naturaleza como ser femenino: una naturaleza feroz, imposible de controlar, capaz de provocar violencia, tempestades, sequías y un caos generalizado. Ambas se identificaron con el sexo femenino y fueron proyecciones de la percepción humana sobre el mundo exterior (Merchant, 8).

La cita que sigue ejemplifica cómo La loca de Gandoca desmantela una percepción del arquetipo de la diosa maléfica. Cuando Daniela descubre que su pareja, Carlos Manuel, ha muerto en un accidente ahogado, la protagonista revela:

Fui a llorar a ese río. Ese río y esa playa donde habías muerto eran los mismos en que me habías hecho el amor por primera vez. —Yemanyá, Yemanyá —grité desesperada—, su cuerpo sin vida. Ese cuerpo que yo amaba... lo cobraste vos. —Yo no —respondió inmediatamente la diosa—, fue el río. Los ríos son de Oxúm. Reclámale a él (74).

Este pasaje adquiere proporciones fundamentales ya que en la cosmogonía de religiones provenientes de África, tales como la santería, umbanda y el vudú, Oxúm es la diosa hija de Yemanyá. Sin embargo, también es el nombre del río en África desde donde surgen los dioses, y la vida misma, río que por otra parte aún existe en nuestros días y todavía se le rinde culto. Es en este último sentido de río, como sustantivo masculino, que Rossi podría haber utilizado el término. Más allá de establecer una dicotomía entre los géneros sexuales, esta última cita proyectaría una clara intención de invertir la asociación occidental de la naturaleza, como deidad maternal y/o ejecutora de castigos. Sin embargo, en la edición de marzo del año 2002, la autora corrige este detalle, denominando ahora a Oxúm como a un “ella”. Si consideramos que el libro original fue escrito mientras ocurrían los hechos descritos en el mismo, este error adquiere un valor metafórico, representativo de la misma urgencia que lo propulsa. Dicha urgencia simbolizaría la apremiante necesidad de hacer conocer la crisis ambiental que el refugio Gandoca estaba a punto de sufrir: “Mire, los refugios bailaron por siete oficinas en menos de un año así que ya yo perdí la cuenta, no sé si en el último capítulo estaban en la Forestal o allí en Vida Silvestre” (128). Como esta cita estipula gráficamente, esa premura no deja tiempo para considerar si la narración se apega escrupulosamente a una reflexión perfecta de la(s) mitología(s) empleada(s). Según Daniela, la situación concreta que interesa detallar es que: “Ocho oficinas distintas en un año, los refugios han bailado por ocho oficinas y siguen bailando. Si esto fuera una novela y no la pura verdad, dirían que el autor abusa del Deux ex machina...” (133). De esta manera, la autora levanta una barrera defensiva, la cual se adelanta a las posibles críticas detallistas que puedan surgir.

Por otro lado, es conveniente recordar que los personajes no humanos, ya sean divinos o mágicos, no son proyectados en el libro con un carácter femenino exclusivamente; por ejemplo, el “dueño del monte”, “aliado vegetal” de Daniela, es masculino y, también lo es el “cuyeo pájaro sagrado”. Por lo tanto, las divinidades en La loca de Gandoca se dan sobre la base de los dos géneros sexuales de acuerdo a la ocasión, sin denotar predilección por ninguno de ellos. Este simbolismo bigenérico implica acogerse a una biodiversidad religiosa. En efecto:

Este modelo común es la base de la cual partieron y subsistieron todas las creencias, la cual implica asumir una responsabilidad en conjunto, por salvaguardar la naturaleza en su complejidad biológica. Hablar de la biodiversidad de la religión exige entonces que se explicite a Dios a partir de otras referencias y otras coherencias. Exige también la convivencia entre varias palabras sobre el misterio último sin que necesariamente se excluyan unas a otras. La biodiversidad religiosa significa abrirse hacia el respeto a la expresión plural de nuestras convicciones y, consecuentemente, aceptar el desafío de educarnos para la diferencia (Gebara, 138).

Para fomentar esta actitud, a pesar de ser Costa Rica predominantemente católica, Rossi inserta elementos de una cosmogonía de un grupo excluido como el afrocostarricense: “—¿Por qué mejor no prueba el vudú? —Ya probé —contestó la francesa—, y no sirvió para nada... Algo la protege... —Me toqué el pelo largo —reseco y aclarado de tanto sol— y le di las gracias a Yemanyá” (106). En efecto, esta inclusión no es fortuita ya que no es suficiente con sólo

...pronunciarse como algunos políticos, a favor o en contra de la energía nuclear; es preciso una reflexión religiosa fundamentalmente nueva, capaz de romper con el antropocentrismo judeocristiano tradicional, para reencontrar una idea de unidad y una experiencia religiosa del mundo, que en la historia occidental de las ideas fueron siempre combatidas como anticristianas y panteístas, y aun ateas (Berry, 58).

La nueva corriente femenino-ecológica en Hispanoamérica, de la cual La loca de Gandoca es una de las novelas pioneras, propone una conciencia cuyos elementos sagrados se manifiestan en numerosos aspectos del universo. Con esta actitud se fomenta un sentimiento de

...admiración y reverencia a las estrellas en el cielo, al sol y todos los cuerpos celestes, a los mares y a los continentes, a todas las formas vivas de los árboles y las flores, a los muchos millares de expresión de vida en el mar, a los animales de los bosques y a los pájaros de los cielos. La principal necesidad para que haya múltiples formas de vida en el planeta es de naturaleza psíquica, más que de naturaleza física (Berry, 59).

Es por ese sentido de compenetración con los elementos naturales que Daniela se entrega a la deidad marítima de Yemanyá. De acuerdo al personaje de Carlos Manuel: “Yemanyá acepta pero dice que ya no podrás nunca cortarte el pelo. Yemanyá exigía el pelo largo” (12). A diferencia de los ritos vudúes, los cuales generalmente envuelven el sacrificio de sangre animal, Daniela promete a la diosa no cortarse el pelo en su honor. Por lo tanto, el componente que guía la visión de Daniela es un profundo sentimiento de respeto unitario con toda forma de existencia. No es de extrañar que al sentirse una con todos los elementos de la naturaleza, la protagonista contemple airada la profanación del hombre.


Esos ríos [del refugio Gandoca] se llaman creeks en mecaitelia, el dialecto local. En Ernesto Creek, un hombre con el trasero pelado defeca en la límpida belleza. Con sus inmensas nalgas al aire, a la vista y paciencia de los que pasamos. Los excrementos flojos caen al agua transparente de Ernesto Creek... El hombre trae un rollo de papel higiénico. Desenrolla un poco y se limpia bien. Arroja el papel sucio a las maravillosas aguas de Ernesto Creek... Va echando los puños de papel lleno de mierda al Creek (21).

En forma diametralmente opuesta a la profanación anterior, Daniela concibe el océano en los siguientes términos:

—Me gusta tanto el mar. Ese mar. —Hay mares lisos de un azul índigo, mares perfectos como el Océano Pacífico. Hay mares con veinte metros de transparencias, como el Caribe en San Blas. El refugio Gandoca es una cosa distinta. No es un mar porque pasa revuelto diez meses al año. No es azul, tiene alma cambiante, ora verde, ora violeta, ora gris. No se le puede ofrecer al turista tradicional que mide el éxito de sus vacaciones por el bronceado porque muchas veces llueve y no hay sol. Yo lo conozco bien y sé que no es un mar sino un lugar interior, un temperamento, una importante etapa en el conocimiento de sí. Sentarse en las playas del refugio Gandoca es transcenderlo todo, incluso su propia arbitraria belleza, sus flores y sus algas, eternas, perfumadas, putrescibles (25).

El perfil ecológico que traza Rossi en el pasaje anterior resulta uno de los más logrados de su obra. En efecto, Daniela no aprecia la naturaleza en términos de ninguna función de servicio; ni siquiera con un valor estético. La naturaleza simplemente existe por un derecho propio.

En forma paralela, el dominio y la exclusividad del hombre sobre la naturaleza, aunque sean acentuadamente de estructura patriarcal, no pueden afianzarse sin la colaboración femenina. La historia está repleta de ejemplos femeninos que duplican conductas jerárquicas excluyentes, promovidas por mujeres que actúan como obedientes guardianes del sistema patriarcal. Por consiguiente, La loca de Gandoca no trata de asumir posturas ingenuas de defensa de la mujer, como víctimas débiles de la humanidad. En la novela de Rossi, los personajes femeninos de Ana Luisa, la francesa Dominique, Margarita y doña Medea, se erigen en guardianes de los valores antropocéntricos y machistas. Por lo tanto, el texto de Rossi trata de instigar una actitud crítica; dicha concienciación implica adoptar comportamientos aptos para modificar de forma efectiva las relaciones entre hombres y mujeres, entre los diferentes grupos y pueblos, y tal como el personaje de Daniela vivifica, con la tierra:

Soy madre vegetal: los jobos, los cativos, el cashá y los guácimos hijearon. Yo no quiero aquí jardín, quiero la selva. Además no maté nunca los cangrejos porque son como trabajadores municipales, procesan la basura. Es verdad que los cangrejos son grandes y atrevidos, entran a la casa y se llevan el pan, los cepillos de dientes o las cajas de fósforos. Por eso hay que dejar todo bien guardado. Son grandes como gatos pero tampoco me decido a agarrarlos y hacerlos en sopa (59).

Es por este razonamiento anterior que Rossi busca expresar lo divino a partir de divinidades que ejemplifiquen no sólo una comunión armónica con la naturaleza sino que, además, pertenezcan a una visión de mundo específica a ciertos grupos [como el negro y/o el indígena] generalmente segregados y excluidos de la visión oficial predominante.

A partir de la visión afroamericana, la intimidad especial que Daniela establece con su ecosistema le permite también oír la voz de la fauna en vías de extinción:

Los Dueños del Monte ya dimos la voz de alerta y millares de especies están haciendo la valijita, recogiendo sus malitates y sus nidos, alistándose para emigrar. —Estamos haciendo un mapeo del terreno expropiado y pagado en los parques. Allí nos iremos. Claro que hay otros peligros, muchos parques están junto a explotaciones bananeras y ya sabemos que el contacto con los agroquímicos nos puede deformar o matar. Otros parques están atravesados por carreteras y el ruido desquicia. En el parque Braulio Carrillo, el eco de la carretera entre monte y monte es tan fuerte que todos los animales están de psiquiatra (100).

Esta perspectiva de La loca de Gandoca es reveladora de un esfuerzo por recuperar valores y símbolos igualitarios y ecológicos —presentes en las religiones ancestrales— que el sistema patriarcal vigente aliena u oculta. La inserción de divinidades africanas de ambos sexos en la novela de Rossi, expresa un compendio de creencias que revelan una dimensión de comunión entre todos los seres vivos y corresponde a tradiciones anteriores a la dominación colonial. En este dogma aparece una comprensión más comunitaria e interdependiente de los procesos vitales, una comunidad donde animales, plantas y seres humanos viven en un mismo ciclo de crecimiento y muerte. Hay, pues, en la obra de Rossi, un sentido de pertenecer a un todo y un respeto a las fuerzas de la naturaleza, como parte de una comprensión de la vida, a partir de la cual todos los seres están ligados por una misma paternidad y maternidad. Las imágenes míticas en La loca de Gandoca emanan de una creencia que nace de la experiencia milenaria de la vida de un pueblo, que fue gradualmente destruida por los colonizadores europeos, los neocolonizadores de nuestro siglo y por los mismos procesos de desterritorialización y territorialización del capital; o sea, también los mismos grupos y clases de poder de Latinoamérica que se benefician con la globalización. Estos últimos explotadores siguen conquistando la tierra y sus habitantes buscando el lucro de una minoría. Las experiencias vitales tal como las proyecta el texto de Rossi, no permiten captar los misterios divinos como una otredadvis-á-vis el ser humano, lo cual apoyaría una imagen de un momento de ruptura o discontinuidad total entre el humano y el “otro” [la divinidad]. En este punto, es pertinente observar el siguiente intercambio entre Daniela y sus hijos:

...estos bosques donde está nuestra casita, mantienen una riqueza de germoplasma de las más promisorias, para el mejoramiento genético de los cultivos tradicionales, para investigaciones fotoquímicas, en el campo de la salud, plaguicidas naturales, etc. Es una reserva de la fuente de materia prima con la cual nuestros antepasados llenaban sus necesidades... —¿Qué es el germoplasma? Me preguntó el mayor. —La fuente de la vida. La posibilidad que tienen las matitas de hacer otras matitas. —¿Cómo el espermatozoide y el óvulo? —Sí, como el espermatozoide y el óvulo pero sin eso. Es la renovación (48).

Esta referencia al origen de la vida de distintos organismos proyecta una comparación respetuosa y equitativa. En el fondo, lo que la protagonista puede captar de ese misterio lo logra a partir de límites íntimos y/o de una corporeidad culturalmente situada. Como el libro de Rossi ejemplifica, cuando se capta una dimensión divina y se la puede expresar, Daniela no lo hace como algo situado fuera de ella, aunque tampoco lo reduzca a ella:

Me vi afuera, en lo alto, mirando los pájaros, moviendo las hojas. Era una sensación deliciosa ser parte de un árbol, parte de las aves y la noche tibia. Mis brazos, mis piernas, mi pelo, flotaban... El viento me acariciaba porque yo era hojita, tronco, lechuza, vaivén. Una voz me dijo que así sería cuando muriera... Y me di cuenta de que se estaba iniciando el proceso, que eso era morir, ser parte del viento, de los árboles, de los animales (98).

Entonces, si ese enigma religioso o mítico está dentro y más allá del humano, Daniela simboliza la imposibilidad de sentir una divinidad como señor todopoderoso ni como juez último; mucho menos como padre creador. Desde el punto de vista de la experiencia femenina, esas imágenes tradicionales de la religión judeo-cristiana evocan otras figuras dominantes marcadamente masculinas y jerárquicas: aquellas que supuestamente modelaron la divinidad a su propia imagen y semejanza. Esas imágenes, por su parte, se sitúan en un universo cultural dualista, en el cual las preguntas sin respuestas siempre desembocan en el callejón sin salida de la limitación cognitiva humana. A su vez, ese universo marcado por la oposición entre el cuerpo y el espíritu sitúa a Dios de lado del ser masculino y nos lleva, en consecuencia, al desprecio de nuestros cuerpos por no asemejarnos a la perfección divina. Esta última característica fue, y sigue siendo, particularmente opresiva para las mujeres a lo largo de la historia del cristianismo. El erotismo latente en el lenguaje íntimo de Daniela exige una revalorización del cuerpo femenino, por las mujeres mismas, ejemplificado en el párrafo siguiente:

Acostarse en el mar. Los verdes lechos tibios de thalassia. Ser penetrada hasta el fondo por el mar Caribe cuando el amor alcanza los confines del trópico en un hechizo verde de estuarios aquietados y palmeras que crecen al revés (31).

El propósito de dicho discurso es intentar un desprendimiento de absurdos conceptos que conducen a una represión sexual femenina, culturalmente impuesta a partir de creencias eurocéntricas.


Reafirmación de la diversidad en la unidad 

El adjetivo femenino “loca” del título simboliza la resistencia que asume el pueblo, ante los administradores políticos de gobierno del Estado; ya que es seña de irracionalidad. Irónicamente, Rossi enfatiza este argumento para desautorizar el poder argumentativo en cualquier expresión subversiva. La visión alternativa de esta “loca” exige un cambio radical al antropocentrismo y machismo vigentes en el discurso seudoecológico del poder oficial. Por otro lado, no menos significativo en el título, es el anonimato de la palabra “loca” que se contrasta con la especificidad espacial y concreta del nombre propio del refugio Gandoca. La imagen final subraya la presencia de un ser humano anónimo, por ende de potencial colectivo, coexistiendo dentro de un ecosistema específico al que, como indica la preposición “de”, pertenece.

Esta novela cabe dentro de los parámetros de una práctica carnavalesca que, a su vez, promueve el concepto de que toda vida narrada puede tener una clase de valor representativo. La variedad de ópticas en La loca de Gandoca evocan una polifonía ausente de voces, otras vidas y experiencias posibles, las cuales se proyectan a través de distintos relatos de diferentes participantes en el mismo evento. Por lo tanto, dicho texto se apega a las denuncias de Jean François Lyotard y al Carnaval de Bajtín, en cuanto cuestiona seriamente las metanarrativas occidentales, afirmando, a través de la risa/sarcasmo, el derecho expresivo de los grupos periféricos. Dichos enfocamientos son también una manera de poner en la agenda, dentro de un país específico, los problemas de pobreza y opresión, que no son normalmente visibles en las formas dominantes de representación. Por ejemplo, el texto de Rossi informa:

Es por las zompopas —opina la hija de indios—, mis parientes bri bri y cácebar dicen lo siguiente en una proclama que tiene por nombre Cuidando los regalos de Dios: Hay una gran diferencia entre el indio y el blanco. Vea usted las zompopas, como ellas trabajan todas juntas, limpian y cuidan su terreno. Donde viven las zompopas todo está limpiecito porque cortan todas las hojas y hacen sus grandes nidos. Así es el blanco, es muy trabajador, pero destruye la naturaleza. Va limpiando, limpiando, limpiando para hacer sus ciudades, pero allí donde él vive no hay nada. El blanco tala todo lo que es montaña, todo lo que es verde, y donde él vive, ya no quedan árboles, no hay ríos” (137).

Es trascendental destacar el carácter de transcripción de la cita, ya que al pie de la misma página la autora declara:

Tomada del libro Cuidando los regalos de Dios: testimonios de la reserva indígena Cocles/Kekoldi, pág. 16. Escrito por Paula Palmer, Juanita Sánchez y Gloria Mayorga, publicado por la Vicerrectoría de Acción Social, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, 1988 (137).

Esta forma de transcribir la voz indígena, presentando un testimonio directo dentro de la narración ficticia que el texto de Rossi presenta, apunta a un deseo por otorgar espacios discursivos propios a las voces indígenas y el respeto de la autora al no apropiarse de las voces ajenas. El aspecto formal narrativo dominante de esta novela es la presencia de una voz que habla al lector en forma de un “yo” que reclama un reconocimiento, que quiere y necesita apoderarse de nuestra atención. Esta presencia en la voz narrativa es la marca de un deseo de no ser silenciada o vencida, que quiere imponerse en la institución literaria. Es preciso notar la insistencia y la afirmación del sujeto evidente en el título La loca de Gandoca. Resalta evidente el nombre real del refugio que concierne a esta narrativa ecológica de Rossi, el cual anuncia desde su inicio un anclaje espacial preciso; aun así, hay ciertos cambios sutiles como la denominación de “playa del Árbol de la Uva”, la cual en la vida real se llama Punta Uva. En cuanto a la expresión “La loca”, como he argumentado antes, ésta se erige representativa de un cuestionamiento de los límites del raciocinio normal. Más que una subjetividad descentrada, esta obra constituye una afirmación de un agenciamiento de enunciación colectivo. La complicidad que el texto establece con los lectores apela a despertar un sentido ético y de justicia, de apoyo a una causa popular poco difundida, que se opone al discurso oficial del conocimiento.

De acuerdo a estos parámetros, en la obra de Rossi se enfatiza el convivir armonioso de los negros e indios de la zona con su medioambiente, de quienes Daniela dice: “Pensé que durante siglos, indios y negros habían mantenido intacto ese litoral” (30). Desafortunadamente la heroína declara que una vez implementado el capitalismo: “Esta región ya no nos pertenece. Primero dejó de ser de los indios, luego dejó de ser de los negros, después dejó de ser de los costarricenses en general” (96). Aún así, el grupo negro de Costa Rica sigue siendo, desde entonces, blanco de discriminación y polémica por parte de las clases poderosas.

El maestro dice que las comunidades del refugio son volubles y que el gobierno las ha manejado muy mal, el gobierno sólo se acuerda de que los negros existen cuando quieren sus votos o sus tierras. Con los indios es peor, como ni siquiera votan ni entienden español no tienen que molestarse en mentirles (60).

Rossi registra no sólo ese olvido estudiado1 sino también la presencia de un racismo vigente hacia la raza negra. Cuando Daniela intenta abogar por los derechos de los negros, el ministro le contesta:

No se meta, mijita, no obstaculice el progreso, los negros de esta región son tan atrasados, tan pobres, les vamos a dar la oportunidad de entrenarse para que sean campeones de patinaje en hielo y ganen todas las medallas de oro en las olimpíadas de invierno, así saldrán del subdesarrollo. Además lo vamos a hacer porque es un salón de patines totalmente ecológico (77).

Una de las nociones que saturan el discurso del ministro es la de un progreso afroamericano viable dado únicamente a través de la proeza física. Implícito en este prejuicio surge por extensión la idea de los afroamericanos como genéticamente incapacitados intelectualmente. A partir de esta visión opresiva, Rossi entiende la necesidad de otorgar en el presente, un espacio discursivo propio al elemento negro:

...me rogabas que cantara en creole de la Martinica (...). Lan mé’a ka gémi, la lun’ lan ka Fermi, cocotiers kapa’ lé, caressé moin, caressé moin (el mar gime, la luna se estremece, los cocoteros murmuran, acaríciame, acaríciame). Solei ka plewé, la lun’lan ka chiwé, cocotiers ka flambé, caressé moin, caressé (el sol llora, la luna se ha desgarrado, arden los cocoteros, acaríciame, acaríciame) (84).

Sin intención de quitarle mérito al intento vindicativo de esta cita, debo señalar que las traducciones al español presentes en la misma pueden desvirtuar un tanto el propósito. Por otro lado, si bien la explicación en español parece rendir pleitesía a la clase dominante costarricense de habla hispana, debo señalar que existen dos versiones, dándose la española entre paréntesis, por lo tanto secundaria. De esta manera, el texto afirma la prioridad del elemento negro.


Falacia de los discursos oficiales 

De acuerdo a la visión gin(eco)lógica de La loca de Gandoca, sería primordial en esa agenda lograr desprenderse del antropocentrismo y el apego extremo al consumismo que rige el pensamiento de corte occidental, dado que estos rasgos forman parte del carácter actual de organizar el mundo. En efecto, la novela de la costarricense señala la hipocresía de la metanarrativa del progreso ya que soslaya que

...el progreso es un bulldozer, una aplanadora, que todos los consorcios europeos tienen la mira puesta en nuestras frágiles costas porque nuestros dirigentes partieron a las cuatro esquinas del mundo desarrollado, como chulos, a vender nuestras playas, moviendo tentadoramente el trasero, y que nuestro país ya no es de nosotros (95-96).

En el contexto hispanoamericano, el llamado progreso se limita a ser una repetición, ya histórica, de intercambios desiguales y, una concepción del continente, como un repertorio de materias primas a disposición del más inescrupuloso. Respecto de lo dicho, Daniela medita: “América Latina es tierra de tiranos. Los tiranos se caracterizan por decir, ante un objeto que es por ejemplo verde, que el objeto es azul” (41). Gracias a políticos corruptos quienes se deshacen de los patrimonios y del control responsable de los recursos naturales, la autonomía nacional y natural de las regiones se atrofia.2 La tensión entre las proclamas del progreso que aportaría beneficios equitativos a todos los humanos y los resultados concretos corrobora la ineficacia en las premisas de la Modernidad en Latinoamérica. Daniela discute con un ministro: “Nómbreme un solo beneficio que la urbanización le vaya a traer a la comunidad”, a lo que el funcionario en cuestión responde: “Empleo, por ejemplo”. Daniela irónicamente agrega: “Tendiendo camas o sirviendo tragos” (69). A consecuencia de asimilar discursos occidentales, tales como los beneficios del progreso, el proyecto de la Modernidad, el “desarrollo sostenible” y muchos otros más, conjuntamente con la complicidad de hispanoamericanos corruptos, la depredación ecológica continúa su inexorable marcha. El texto enumera la siguiente clase de atropellos resultante en la implementación de las filosofías discutidas:

Que el hecho de que el artículo 73 elimine la exigencia del Plan Regulador y la fiscalización del Instituto de Turismo en las playas de los refugios no le permite al ministro arrogarse potestades de desarrollo turístico en lugar de proteger los recursos naturales. Que en lugar de Plan Regulador para la zona marítimo terrestre debe hacerse un estricto plan de manejo para todo el refugio y que antes de autorizar ningún proyecto turístico u hotel, debe estudiarse la capacidad del santuario. Por ejemplo, su capacidad para soportar la descarga de contaminantes. La descarga de contaminantes. Solamente en el proyecto “Ecodólares”, la basura, la mierda y los orines de dos mil personas. En doce hectáreas (45).

En realidad, la cita anterior demuestra un fuerte elemento de fricción entre discursos dispares: el pertinente a las leyes forestales y el popular que cuestiona la aplicación real de las primeras. De acuerdo a Bajtín, este elemento conflictivo sirve para sabotear la versión oficial “monológica” de las instituciones del poder (D/P 283-285). En efecto, en ese dualismo de opiniones el sarcasmo presente condensado en el pasaje anterior, ciertas voces

Adquieren un carácter no oficial, su sentido se modifica, se complica y se profundiza, para transformarse finalmente en las formas fundamentales de expresión de la cosmovisión y la cultura populares (Bajtín, 12).

A su vez, la interacción de discursos opuestos ofrece una perspectiva múltiple de un mismo fenómeno mostrando:

...the complexity of the simple phenomenon of looking at oneself into the mirror: with one’s eyes and with others’ eyes simultaneously, a meeting and interaction between the others’ and one’s own eyes, an intersection of worldviews (one’s own and the other’s), an intersection of two consciousness. Unity not as an innate one-and-only, but as a dialogic concordance of unmerged twos or multiples (Bajtín, 289).

Este reconocimiento urgente, por parte de la protagonista, al respecto de la vulnerabilidad medioambiental producto de la avaricia humana, dirige también el enfrentamiento de Daniela con el viceministro:

¿Se da cuenta el viceministro de que para construir esa urbanización hay que talar todos, absolutamente todos los árboles del terreno? ¿Sabe el viceministro que si en el terreno de “Ecodólares” se permite talar todos los árboles para construir, habrá que permitir lo mismo en todos los terrenos? ¿Se ha dado cuenta el viceministro de que los inversionistas europeos adoran cementar? ¿Se da cuenta el viceministro de que legalmente se corre el riesgo de no dejar ni un solo árbol en ese refugio? (37).

Esta argumentación de Daniela ilustra cómo hoy, mediante la globalización neoliberalista, el hombre está haciendo el planeta inhabitable. Sustancial parte del problema reside, entonces, en la complicidad en este proyecto de la globalización de aquellos hispanoamericanos con acceso al poder. En efecto, dentro de las posibles alternativas de ayuda estatal para la causa que defiende Daniela se encuentra “un ex gerente de la Chunchi-Cola”, del cual el texto agrega: “qué va a entender de biodiversidad” (48). Este último comentario enfatiza la necesidad de replantear la aparentemente insoluble tensión dentro del sistema ideológico imperante, entre el desarrollo con la naturaleza, o, el deterioro de nuestros ecosistemas y las ideologías que lo promueven sin siquiera sentir la necesidad de justificar acciones que, por otra parte, tienen el potencial de repercusiones dramáticas para todos los rincones de la tierra. No menos alarmante es la desequilibrada posición de la gente pobre dentro de las zonas explotadas, ya que es difícil exigir que cuiden de una tierra cuando a ellos mismos los apremian necesidades inmediatas. Rossi considera esta coyuntura particular cuando Daniela expone las consecuencias de la venta que los habitantes hacen de su terreno:

Ustedes vendieron por un plato de lentejas la tierra del refugio, la tierra del paraíso. Ahora su paraíso se cotiza en dólares y de él no va a quedar más que una orilla cementada, como Cancún. Pero los bolsillos de muchos hombres estarán rebosantes. Seis o siete hombres tendrán tanta plata que da vergüenza nombrar las cifras (55).

Las instituciones tradicionales del poder, como la Iglesia y el Estado, por su parte, cuidadosamente diseñan sus discursos oficiales para ocultar un pensamiento meramente antropocéntricos que, en la realidad, funciona en paralelo con una actitud de menosprecio hacia el entorno natural. Con un eco burlón ante el discurso cristiano tradicional, Rossi comienza, en la página 90 del libro, una larga disertación que inicia con la frase “Ampárame, Excelso Tribunal”. De la página 90 a la 94, once párrafos empiezan, o contienen, la palabra “ampárame”. Por ejemplo:

Todo lo que está de pie va muriendo como soldados al respirar gas letal. Caen los árboles en el zumbido de las motosierras, se secan los pozos y los nacientes, se han secado mis ojos también, excelso Tribunal Constitucional, ampárame de la actitud de quienes, designados por voluntad popular para velar sobre los bienes naturales de nuestro pueblo, aprovechan su investidura en beneficio propio. Ampárame del ministro que entrega los bosques costeros a los inversionistas con la sonrisa en la boca y el whisky en la mano sin aplicar la ley, la norma vigente (76).

Esta repetición se proyecta como un procedimiento irónico tomado de la oración cristiana que ayuda a la carnavalización o a la inversión del mundo. La imagen que subyace en dicha sección es la omnipotencia de un tribunal con presunciones casi divinas, prestándose a encubrir hipócritamente un pragmatismo depredador. En efecto, la temática que esta sección discute es la constante hipocresía en los discursos de los inversionistas, los funcionarios y los dirigentes públicos. En realidad

Los inversionistas eran personas que odiaban los barriales, los insectos, la selva y la humedad. Les molestaba hasta la alfombra azul de las iponemas, solo querían la extensión. Con inmensa codicia miraban la extensión de arena dorada. Estas personas empezaron a comprar. Después de comprar drenaban porque odiaban los pantanos. Esparcían agroquímicos porque odiaban todo bicho, todo cangrejo. Cortaban la selva porque lo que deseaban era hacer jardines. Talaban los árboles a la vera de los ríos para construir tarimas y no ensuciarse los pies (36).

En términos concretos, la implementación del proyecto “hotelero” aporta resultados nefastos para la biosfera del refugio Gandoca. Sin embargo, la novela denuncia:

Los gobiernos se llenaban la boca asegurando al mundo entero que el veintiocho por ciento del territorio estaba bajo algún tipo de protección. Y cuando una acudía al ministro de Riquezas Naturales a solicitar que ejercieran esa protección, contestaban que era imposible, que lo único que se podía proteger era eso que llaman “patrimonio de los costarricenses” —que tampoco es tal, cuesta tan caro ir que el ochenta por ciento de los costarricenses no lo verá nunca—: los parques indemnizados. Entonces no era el veintiocho por ciento sino menos del diez por ciento del territorio. Y además ese diez por ciento a punto de morirse... Recuerden que según los científicos los suelos de Costa Rica se pierden a un ritmo de cuatro millones de toneladas por año. Y ciertas cifras nos han señalado como el país más deforestador de la tierra (112-113).

A pesar de estos datos, la tecnocracia que domina la orientación del desarrollo en América Latina los ignora, repitiendo, como mantra, formulaciones huecas. Con una falta completa de escrúpulos medioambientales, el ministro cínicamente le advierte a un empleado: “No olvidés la palabra mágica: el desarrollo sostenible. Hay que presentar el hotel de ‘Ecodólares’ como desarrollo sostenible (...) y no mencionar para nada, repito, la urbanización” (86). Lo anterior prueba que la metanarrativa de la emancipación del hombre por el trabajo, cínicamente utilizada otrora por los nazis, sigue reinando en su falso apogeo bajo distinto disfraz. Sin embargo, los mecanismos que lubrican las ruedas de este metadiscurso son, en definitiva, los mismos: una desmedida codicia, una falsa superioridad racial y la pasividad de los oprimidos. En efecto, al abuso y exclusión en los países periféricos del llamado “mercado libre”, se les añade la presión externa en la forma de una deuda impagable, que funciona como chantaje a todo tipo de imposiciones, asegurándose un servilismo ilimitado y un imperialismo de la miseria en forma de la deuda externa.3

En el texto de Rossi, el mismo órgano institucional, supuestamente protector del orden civil, cumple la función de proteger los intereses de la clase dominante, preservando el buen funcionamiento del saqueo medioambiental. Lo anterior se verifica cuando un personaje policía le dice a Daniela: “No obstaculice la inversión extranjera, señora, circule, circule” (96). Según el ministro su “propuesta es jugar con armas económicas y con las mismas armas de los verdes”, por lo tanto quiere construir “un Miami en el refugio Gandoca. Un Miami de la selva”. Irónicamente, el texto prosigue, dentro del plan también se contará con “un Macdonald ecológico” (115-6). El simbolismo del “Macdonald” es obvio. Esta polemizada cadena de comida rápida proveniente de los Estados Unidos ha adquirido carácter emblemático de globalidad impersonal, no solamente en referencia a una indoctrinación culinaria. En todos los países del mundo, una de las características de la cultura local son sus platos típicos, por lo tanto el éxito masivo del Macdonald en cualquier cultura ajena a la anglosajona tiene el potencial de arrasar con ciertos factores culturales locales. La propuesta, el ministro continúa, consiste en presentar “el proyecto al Fondo Monetario Internacional y al Banco Interamericano de Desarrollo con un plan inteligente de Canje de Naturaleza por Deuda, digo, perdón, Deuda por Naturaleza” (116). Esta última frase tiene fuertes resonancias históricas comunes a todo el continente hispanoamericano. La deuda externa es uno de los instrumentos constantemente manipulados para perpetuar el despojo del medio natural; obviamente, ella también impide la autonomía nacional, la cual se halla supeditada al capricho y diseño de las instituciones monetarias nombradas. Es pertinente asociar esta última cita con la metanarrativa que clama la liberación de la pobreza por el avance capitalista (el “progreso”) (Lyotard, 68-69). En relación a esto, concuerdo con la autora costarricense en la urgente necesidad de desenmascarar los metadiscursos, como el del Banco Internacional, por ejemplo, el cual pretende que sus políticas, lejos de contribuir a los grandes problemas de la humanidad, sean más bien un esfuerzo honesto, científico y técnico, para resolver los problemas de los ricos y los pobres. Como burlonamente ilustra Rossi en su obra, el discurso del Fondo Monetario Internacional está lejos de admitir el claro papel de las periferias, con su mano de obra barata y sus riquezas naturales, abierta al saqueo de unos pocos poderosos. Estas zonas, dentro de la cuales Hispanoamérica cobra predominancia, no sólo son el soporte de la economía occidental con su privilegiado estándar de vida, sino también son los lugares del planeta que sirven como basureros a los desechos nucleares e industriales del norte.4

En cuanto a la “Convención Americana de Derechos Humanos”, el texto burlonamente enfatiza su metadiscurso hipócrita, interrogando: “¿Qué es eso?” (123). De manera análoga, el ministro en forma cínica agrega “al ser Verde y estar lo Verde de moda captaremos miles de turistas” (117).


Conclusión 

Finalmente, podríamos decir que esta nueva perspectiva ecológica propone una nueva conciencia cultural, diferente de aquella presente en los patrones tradicionales. Esta nueva visión exige relaciones de mayor interdependencia, y solidaridad que las hasta ahora disponibles por un poder esencialmente competitivo.

También dicha visión exige formas más comunitarias e igualitarias que las ofrecidas por estructuras jerárquicas y anónimas.

En el texto de Rossi se atisba el surgimiento de dicha oposición organizada, simbolizada de la siguiente manera:

Uno de los líderes comunales me telefonea, quería contarme que su gente se había organizado y los campesinos le iban a pedir al gobierno que diseñaran, con participación de las comunidades, proyectos de desarrollo respetuosos del bosque y que mientras tanto les dieran un bono alimenticio para poder subsistir y no tener que cortar los árboles para vivir (66).

Precisamente, la adopción de una visión ecológica exige el trabajo y la cooperación de grupos de personas que hayan descubierto que es imposible vivir sin que se cuide y respete toda forma de manifestación vital en el planeta a partir de las cuales todo y todos existimos. Esta nueva visión exige, por consiguiente, un rechazo conjunto de los valores intrínsecamente individualistas, a favor de la vida y del bienestar comunitario. Asimismo, la visión del texto de Rossi exige una ética fundada no sólo en un respeto entre y para los seres humanos, sino también dirigido a la tierra, a todos los elementos que la componen. Por lo tanto, esta ética incluye no sólo el cuidado directo de los seres visibles, sino del todo o, conjunto del ecosistema. De hecho, La loca de Gandoca vivifica el pensamiento optimista de Carlos Monsiváis en su ensayo Entrada libre. Crónicas de una sociedad que se organiza, cuando examina aquellos movimientos populares en los que la gente toma el poder en sus manos, muchas veces a despecho del gobierno. Ese anhelo por una sociedad civil en la que, tanto Rossi como Monsiváis, albergan una esperanza utópica, para una verdadera democracia participativa, se cristaliza en el texto cuando Daniela comenta: “Ellos se activan. Los que vinieron a las primeras reuniones explican a los nuevos. Toman la decisión de organizarse. Creo que es exactamente en ese momento que me atraviesa un escalofrío de esperanza” (66). La cita anterior ejemplifica la necesidad de una nueva perspectiva social que opere como oposición ante las fuerzas de control del Estado y/o del mercado. Es sólo por medio de una nueva esfera pública autónoma que se puede plantear un desafío a los valores que rigen las burocracias oficiales. El texto de Rossi incita a encontrar un espacio público consolidado que permita el diálogo y el encuentro entre los diversos sectores que se interesen por encontrar nuevos valores y soluciones a los problemas ambientales. En definitiva, el problema ambiental demanda una pluralidad de enfoques.


Notas 

1. A modo de ejemplo, en 1953, José Figueres, el político simpatizante de Hitler y Mussolini en la segunda guerra mundial, reforzó su campaña electoral viajando por Limón, “hablando inglés, besando niños y bailando con mujeres negras”. Para ensanchar sus posibilidades de victoria, las estrategias políticas de este candidato consistieron también en rebajar la edad mínima de voto a 20 años e instaurar por primera vez en Costa Rica el voto femenino. A pesar de este logro para la primera generación de afrocostarricenses, las comunidades negras continuaron permaneciendo al margen de la historia, como una parte olvidada del patrimonio nacional de Costa Rica (Harpelle, 7-9).

2. Dice Galeano: “Los países más pobres están metidos, con alma y sombrero, en el concurso universal de la buena conducta, a ver quién ofrece salarios más raquíticos y más libertad para envenenar al medio ambiente. Los países compiten entre sí, a brazo partido, para seducir a las grandes empresas multinacionales. Las mejores condiciones para las empresas son las peores condiciones para el nivel de salarios, la seguridad en el trabajo y la salud de la tierra y de la gente” (Galeano, 181).

3. “Los países del sur del mundo, que entregan doscientos cincuenta mil dólares por minuto en servidumbre de deuda, son países cautivos, y los acreedores les descuartizan la soberanía. Por mucho que esos países paguen, no hay manera de calmar la sed de la gran vasija agujereada que es la deuda externa” (Galeano, 156).

4. “Los países desarrollados que forman la Organización para la Cooperación con el Desarrollo Económico organizan la cooperación con el desarrollo económico del sur del mundo, enviándole desechos tóxicos que incluyen basura radioactiva y otros venenos. Estos países prohíben la importación de sustancias contaminantes, pero las derraman generosamente sobre los países pobres” (Galeano, 230).

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