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sábado, 4 de mayo de 2013

La imagen y el discurso del poder. Gonzalo Perera. EL POPULAR, Viernes 3 de mayo del 2013.


Durante al menos 24 horas, rechacé lo que casi todos los portales informativos vinculados al poder hegemónico,  internacionales y locales, ofrecían bajo títulos espectaculares, por intuir su estilo. El video en cuestión: imágenes tomadas desde un automóvil circulando en una ruta, de la caída de un avión “cargo” (anglicismo por “de carga”), en las cercanías de Kabul, Afganistán, en el cual la totalidad de su tripulación (8 personas), falleció. Finalmente, preparando esta nota, resolví mirar y juzgar. Lo que vi, tristemente confirmó la intuición. Las imágenes muestran un enorme avión realizar  extraños virajes y comenzar un violento tirabuzón de descenso que culmina en su derrumbe cerca de la carretera, con inmensa explosión. Escasos segundos de una tragedia completamente espantosa.

Es necesario preguntarse por el sentido y  valor informativo de estas imágenes. No cabe duda que para los investigadores de las razones del accidente, este material pueda ser una muy valiosa ayuda ¿Pero qué aporta al público en general? Una ocasión privilegiada para ejercitar el morbo  y regar con una gota más el proceso de deshumanización de “la noticia”. Punto.

Las 8 personas que fallecieron en el accidente de marras, para los grandes medios son nada más que un dato que exacerba el dramatismo de los escasos segundos de imágenes catastróficas, que constituyen el único centro de atención. El foco está en la espectacularidad de la imagen y no en los 8 seres humanos que están detrás de las imágenes, como presencias necesarias (sin muerte no hay morbo) pero irrelevantes e ignoradas. Tan ignoradas que se olvidan por completo algunos  derechos muy básicos. En tiempos en que la legislación internacional vive un proceso de expansión de leyes de habeas data o protección de datos individuales, algo tan tremendo y evidentemente reservado como las imágenes de los últimos instantes de vida de 8 personas, circulan en el mundo entero en primer plano. No es tremendismo, sino estricta lógica, imaginar a algún hijo de los 8 tripulantes viendo en Internet  o TV cómo murió su papá. O escuchando los comentarios de sus amigos sobre las imágenes. Y viéndolas una y otra vez durante 48 horas, hasta que las imágenes y “la noticia” desaparecen por completo. Y el papá ya no importa más.

En realidad nunca importó. Importaba la imagen espectacular y verídica, con muertes certificadas. Pero la persona que murió, no interesa. Como no importan sus hijos, esos que crecerán teniendo como imagen de sus padres los recuerdos íntimos, algunos datos de su trayectoria como trabajadores de la industria del transporte aéreo, y la imborrable imagen de la caída de su avión ¿Qué consecuencias podría tener sobre el desarrollo psicológico de un tal hijo esta manipulación del morbo colectivo? Imposibles de predecir. Un acto ya no de dignidad o de ética profesional, sino de decencia mínima, como el detenerse a pensar en los efectos de la circulación masiva de esas imágenes sobre las familias de las víctimas, seguramente habría conducido a no difundirlas masivamente, que nada de relevante aportan al colectivo y a  algunos seres humanos les refriegan su tragedia en el rostro.

Se dirá, a modo de excusa, que nunca falta un idiota dispuesto a subir cualquier contenido a sitios como YouTube, donde cualquier internauta puede verlo. Pero puede verlo si lo busca y cuando lo busque. El que los portales informativos lo pongan en primer plano hacen que casi todo el mundo lo vea, aunque no lo busque. La actitud de los medios transforma  el contenido morboso que algún idiota podría poner a disposición de algunos perturbados , en una presencia abrumadora en todo el mundo, a la que hay que evitar expresa y esforzadamente. Transforma la excepción morbosa en imposición global. Hace de lo  lindante en la patología, un elemento esencial y troncal del discurso dominante: la  contemplación de la tragedia del otro, ese otro que es sujeto omitido, usado y completamente descartable. En la “civilización occidental y cristiana”, hipotéticamente basada en la noción del “amor al prójimo”, “el otro” es una no-persona, mero relleno del avión que explota, del barrio que se inunda o del edificio que arde en llamas.
Si “el otro”, ese trabajador esa persona como Ud. y como yo, querido lector, fuera considerado ya no un “prójimo” sino apenas una persona, “la noticia” hegemónica, siempre fugaz, parcial, flechada, descontextualizada, descarnada, idiotizante, regada de verdades a medias, frivolidades y vaticinios pseudo-expertos, sería una especie en riesgo de extinción.

Personas son, en el discurso hegemónico, una monarca que abdica en favor de su hijo. Una modelo que se desintoxica. Un cantante que publica en twitter una frase ofensiva. Un futbolista que una vez mordió.  No los trabajadores. Ni siquiera el 1 de mayo, vale enfatizar. No importa el momento, no importa el contexto, la concatenación con otros datos y hechos,  ni el confrontar seriamente- sin desvirtuar- los discursos alternativos o el sopesar las consecuencias de “la noticia”.

Y sobre todo, poco y nada importa el trabajador, el protagonista cotidiano de la Historia, el hacedor de sociedades por encima y más allá de reyes, papas y patrones. Trabajador que debe ser no-persona para que la anestesia de morbo y frivolidad pueda inyectarse en abundantes dosis. Trabajador que debe ser no- persona, para poder explotarlo sin remordimiento.

Los contenidos que vemos en los medios hegemónicos, incluso en pocos segundos de imágenes catastróficas, es el más veraz manifiesto de la filosofía y reglas operativas del sistema, al que sostienen, moldean y decoran, con la enajenación y alienación de las grandes masas como fin.

Tanto así, que la imagen, hipotéticamente propiedad del  protagonista o retratado, es exclusiva y plenamente, vehículo privilegiado del discurso del poder.

Tanto así, que no hay cambios reales y profundos en ninguna sociedad que no alteren sustancialmente  quién decide qué imágenes se hacen masivas.

Revolución es cambiar la estructura y relación de poder en una sociedad. No se puede transmitir “en vivo y en directo” ningún proceso revolucionario o de profunda democratización en la misma pantalla que sirvió por décadas al poder establecido, lo edulcoró, protegió y defendió agresivamente  en los momentos de mayor tensión.

La imagen, el derecho a hacerla masiva, su hegemonía y contralor, no son cuestión tecnológica ni jurídica. Son una de las mayores cuestiones políticas. No se trata de Internet o broadcasting tradicional, medios virtuales o en papel. La tecnología poco a poco ha llevado a un mismo medio de transporte a la inmensa mayoría de los contenidos, pero no determina quién tiene derecho a generar y decidir lo que se transporta. La discusión jurídica o legislativa puede  pautar los marcos adecuados para dirimir quiénes son estos privilegiados actores y bajo qué reglas deben operar. Pero la decisión de a qué actores y proyectos se le abren las puertas y se deja pasar, en el plano tecnológico, jurídico, cultural o económico, es una decisión política.

Porque se trata del poder. Se trata de la imagen y su sentido. Se trata de que o bien todos somos personas  o bien algunos privilegiados son personas y otros, las no-personas necesarias para rellenar la tragedia y aumentar la plusvalía, sujetos eternamente omitidos en la narración dominante de la Historia.

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