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viernes, 17 de mayo de 2013

Setenta veces siete. Contratapa EL POPULAR. 16/05/2013


Ruben Isidro Alonso, más conocido como “Padre Cacho”, es recordado por su vivencia con y entre los clasificadores de residuos, desde que se instaló en 1977 en  la Parroquia de los Sagrados Corazones, en la zona de Aparicio Saravia, hasta su fallecimiento en 1992. Momento en el cual una conmovedora y larguísima caravana de carritos acompañó a otro muy humilde carrito, que llevaba su féretro envuelta en la bandera uruguaya, hasta el Cementerio del Norte. Aún recuerdo esas impactantes imágenes que mostraba a las claras la existencia de ese “otro Montevideo”, que durante décadas no formó parte del mapa político rosado más que a la hora de pedir el voto.

 A Cacho se le atribuye una anécdota singularmente ilustrativa.

 Como es obvio, su trabajo ayudando a cobrar conciencia de su dignidad personal  a jóvenes eternamente marginados, a organizarse en cooperativas y pensar como comunidad, le ganaba enemigos de diverso pelaje. Y según se relata, una vez apareció en su comunidad con los ojos  muy morados, incuestionable legado de una golpiza. Algunos de los presentes le reclamaron  que se defendiera, que cuántas veces era capaz de perdonar a los agresores que le habían atacado para seguir adelante como si nada. “Setenta veces siete” contestó el cura Cacho.

La cifra no es casual: según el Evangelio según San Mateo 18, 21-35, al ser preguntado por Pedro sobre cuántas veces se debía de perdonar a quien ofendía, Jesús de Nazaret contestó: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Más allá de la simbología bíblica de la cifra siete, la expresión “setenta veces siete” es, debidamente situada en la época y contexto en que fue usada, referencia a una cifra enorme, inconmensurable.

Una lectura posible de estas expresiones transcurre en torno al concepto del perdón, que  ha sido manoseado y ultrajado para transformarlo en manto de cobertura de atrocidades. El perdón en el cristianismo juega un rol medular, pero bien entendido no tiene nada de un “vale todo”. El propio Nazareno corriendo a los mercaderes del templo, habla de que el perdón cristiano no es conformismo cómplice y resignación inmóvil. Además, en la misma doctrina de marras, quien perdona es el agraviado, y ningún ser humano puede conferirse el derecho de perdonar las ofensas que sufrió otra persona. Estos  simples apuntes bastan para separar el perdón cristiano, acto personal y de conciencia, del perdón sanguinettiano, acto político y de conveniencia de los mecanismos de defensa de las clases dominantes.

Sin embargo, prefiero leer “Setenta veces siete” bajo otra clave, o en torno a  otro eje, de mayor universalidad quizás que el del perdón cristiano, un eje en torno al cual ya no cristianos genuinos, sino todo aquel que anuncia y persigue una sociedad nueva y más humana, puede encontrarse convocado. Me refiero al de la perseverancia.

Hemos dicho que toda Revolución es un profundo  acto de amor. Amor en serio, no cursilería barata made in Hollywood. Amor que a veces es grito, a veces es sudor y sangre, pero nunca deja de ser amor.  Y como tal, es un acto de suprema perseverancia.}

Pensemos en el plano personal: si usted realmente ama a alguien (un hijo, un hermano, una pareja, etc.)  y lo ve perderse en un camino equivocado… ¿cuántas veces intentará rescatarlo, lograr que se dé cuenta de su error y cambie de actitud?  Seguramente Setenta veces Siete. Si Usted ama a alguien que se ofende por alguna  opinión suya en una discusión y  que no quiere ni dirigirle la palabra… ¿cuántas veces intentará recomponer el diálogo y que surja la comprensión mutua? Seguramente Setenta veces Siete.

Los actos de amor colectivo, el compromiso con “el otro” o con “el compañero”, no escapan a esta lógica ¿Cuántas detenciones, represiones, abusos, soportaron los fundadores del sindicalismo en nuestro país, de los partidos de izquierda, o más cerca en el tiempo, de la CNT, del FA? ¿Cuántas veces se levantaron tras cada golpe para volver a izar banderas, cada vez un poco más alto y conquistando alguna adhesión más? Setenta veces siete y me quedo corto.

La única opción política que ofrece resultados a corto plazo es la complicidad con el poder, el volcarse a la diestra, al servicio del poder fáctico. Porque se destruye el aparato del Estado bastante rápido, se destruye la seguridad social en un santiamén, se destruye la economía liberalizando y vendiendo hasta las tuercas en un suspiro. Pero construir y sobre todo re-construir, no es para ansiedades cortoplacistas.

El militante de izquierda está empeñado en una aventura en la que se caerá y levantará setenta veces siete si quiere acercarse a su objetivo. Sufrirá ansiedad y desasosiego, muchas veces. Pero el militante debe perseverar. Debe superar la natural expectativa  y apuro por ver los cambios, en pos de la persistencia que haga posible que los cambios sean reales e irreversibles y no simple flor de un día.
Al vecino, a la persona no particularmente politizada, no se le puede pedir esa perseverancia y para ellos el militante siempre debe tener a mano tres o cuatro ejemplos claritos de cambios concretitos, palpables, para marcar las diferencias entre el antes y después del  FA.

Pero el militante hoy está siendo presa de una enorme y evidente campaña de desmoralización,  tendiente a bajonearlo, a sacarlo de su cauce. A mostrarle realidades como consumadas e inapelables, como  semimágicas e inmutables.

En lugar de bajonear, esto debe estimular la revisión crítica de qué tan inmutable es la realidad. Y si la Revolución no está a la vuelta de la esquina, pero un poco mejor es posible distribuir la riqueza mediante un par de medidas concretas, pues a por ellas hay que ir, sin inmutarse (valga la paradoja) por si hay que insistir setenta veces siete para ser escuchados. Y debe reafirmarse en la convicción de que si la derecha logra resultados a la corta, a la larga se autodestruye, mientras que la izquierda, a la larga, construye y sobre nobles cimientos, pero si y sólo si mantiene su apego a la perseverancia, a la disciplina que no es seguidismo sino actitud convencida, que brota desde la médula,  de apego a los principios y al valor del pensar y trabajar desde un colectivo.

Alguien, por distracción o picardía, podría leer estas palabras como una suerte de llamado a la resignación. Bien por el contrario, es un llamado a rechazar el bajón y el “no se puede”. El repasar lo que se ha podido (Consejos de Salarios, records de ocupación, récord afiliación previsional, Hospital de Ojos, derechos para trabajadores rurales y domésticos, etc., etc.)  y , en los temas donde no se ha podido aún,  ir a por dos o tres puntos concretos de inmediato. Y guardando siempre clara visión y convicción de que la izquierda no obra con varita mágica sino con la rebeldía y el fuego sagrado de la búsqueda de justicia, aunada a la perseverancia indoblegable de la clase trabajadora y sus organizaciones. Que han conocido todos los avatares imaginables, pero llevan un siglo de acumular fuerzas y obtener conquistas, nunca linealmente, nunca de buenas a primeras. Siempre dispuestos a  protestar, proponer  y reintentar setenta veces siete. No por complacientes y comedidos, sino todo lo contrario: por revolucionarios, que revoluciones solubles e instantáneas, hasta la fecha, no se conocen.

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