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sábado, 23 de marzo de 2013

El poder, el gobierno y la Revolución. Gonzalo Perera. (Contratapa de EL POPULAR, Viernes 22 de marzo)


Los gobiernos, en un sistema político como el nuestro, se eligen por voto secreto y obligatorio cada cinco años.

El poder,  en un sistema político como el nuestro, no lo vota nadie y no suele renovarse.

¿Acaso Ud., querido lector ,votó alguna vez que tres familias, controlen la inmensa mayoría de los medios en Uruguay?
¿Acaso Ud., querido lector, votó alguna vez a los propietarios de las estancias y cabañas más prósperas, o a los de los frigoríficos?
 ¿Ud. votó a la flor y nata de la banca y sistema financiero uruguayo?
 ¿ O acaso a los estudios jurídicos de mayor renombre, que asesoran a los grandes capitales financieros? 
¿Ud. votó contratistas de fútbol, periodistas que son escuchados cual gurúes, encuestadores que analizan y moldean la opinión pública?

Me temo, querido lector, que en todos los casos de esta muy incompleta lista, la respuesta es un enorme "NO". Y lo que hilvana esta lista, con sus amplios matices de diferencias, es un común denominador: el poder, el poder real, el que surge de los medios económicos, la red de vinculaciones, el dominio de ciertas actividades y/o la capacidad de incidir sobre todos los ciudadanos, de un modo u otro. Incluído el gobierno.

El gobierno administra una parcela del poder, la que controla la ciudadanía: el poder político, la administración de los altos niveles de conducción del Estado. Desde allí puede tener una relación más o menos tensa con el poder real, tensión que depende básicamente de en qué medida intente afectar los intereses de este último, cambiar las reglas de juego.

La experiencia internacional, y la de Uruguay también, suele mostrar que cuando un partido de izquierda llega al poder, suele afectar o transformar sus privilegios, pero tanto o más es lo que el poder logra afectar y modificar al partido gobernante. E insisto, sin que esto signifique crítica frívola, ni patada para nadie, ni infantilismo de izquierda: eso nos pasó también a nosotros. Nuestro discurso, nuestras referencias ideológicas, nuestras posturas frente a ciertos temas hoy, año 2013, guardan varias diferencias sustantivas con las del 2003.

En parte los cambios son necesarios, porque el tiempo a veces hace madurar visiones en un sentido u otro. En parte, los cambios son inevitables, pues el ejercicio del gobierno da una perspectiva y conocimiento diferente de la realidad que la que se tiene cuando jamás se ejerció esa responsabilidad. Pero en parte, es también una pequeña victoria del status quo, del poder, el lograr al menos en parte "amansar la fiera", lograr que la moderación se vuelva un valor en sí misma, o que la izquierda se obsesione por ser "responsable y seria" y al menos parte de ella se corra algunos pasos hacia el centro.

Esto no es un lamento, ni mucho menos reclamo o denuncia.  Es mera constatación de lo que, insisto, es regla casi universal. A la que quienes marcan excepciones, entran expreso en la Historia, como Hugo Chávez, por ejemplo.

Mi punto  hoy es la construcción del contra-poder, de una alternativa a ese poder, que por cierto incluye lograr que siga gobernando el FA y que el FA retome algunos lineamientos programáticos que son de absoluta vigencia. Y que se entienda que, por ejemplo, nada es más serio y responsable que pretender que los medios de comunicación sean un terreno de ejercicio de la democracia y no de la hiperconcentración, o pretender mejorar la distribución de la riqueza. Pero el contra-poder es una construcción social, de base, que  trasciende a la elección del gobierno: por lo antedicho, porque el poder trasciende a los gobiernos.

Esa tarea de construcción de alternativas pasa por muchas tareas pequeñitas, que se hacen mano a mano y en los 19 departamentos. Es encontrar en la inmensa mayoría de los uruguayos, muchos de los cuales votan a la derecha y otros son frentistas que piensan  que todo empieza y termina con elegir buenos candidatos, los puntos concretos de SUS vidas que son amargos o dolorosos por culpa del poder y sus reglas absolutamente injustas de juego. Es decir: qué privaciones, qué dolores, que ausencia de derechos o lisa y llanamente abusos, carga sobre sus espaldas el vecino, el compañero de trabajo, el familiar, para desde ESA concretísima realidad encontrar el hilo para entender qué hay que cambiar y que "nada podemos esperar sino de nosotros mismos". Que haga carne que si EL mismo no expresa de manera efectiva su disconformidad y rebeldía ante SU explotación, pues probablemente nadie lo haga. No hay que hablar de Revolución ni de lucha de clases de buenas a primeras, me parece a mí, con un vecino que puede ser ( a causa de años de lavado de cerebro ), refractario a esa terminología. Hay que hablar de cómo es posible que se deslome trabajando sin conseguir ciertos mínimos derechos mientras el hijo del patrón  que a la hora de discutir salarios aduce "no poder dar más" va de fiesta en fiesta a todo trapo, por ejemplo. Hay que hablar de desde cuándo ese patrón tiene esos privilegios y conductas, y quién lo protege y defiende desde la política.

Al hacer eso, se está- aunque no se nombre, analizando la lucha de clases de hoy. Y se está haciendo una tarea genuinamente revolucionaria. Y abriendo la puerta  para mañana, poder hablar de lucha de clases y Revolución con todas las letras.  Pero se empieza por el principio y el principio son las realidades, no las palabras que se usen para describirlas:  al principio, creo yo que cuanto más sencillitas y habituales al oído ajeno, mejor.

Seguramente ninguno de nosotros resista comparación con Fidel o el Che. Pero cada nueva conciencia que logremos estimular a que  reclame mejor distribución de la riqueza  es nuestro pequeño Moncada, y nuestro pueblo, vecindario y tejido social de amistades, nuestra Sierra Maestra.

Vaya un enorme abrazo a todos los compañeros que así luchan y así viven en cada uno de los 19 departamentos. Lo poco que sé de luchar y militar, lo he aprendido y aprendo de su ejemplo. Simbolizo a todos en un fuerte abrazo a Leonardo Valiente, de Flores, que acaba de recordar de forma conmovedora la pérdida de su mentor y compañero de lucha, y a Ruben García Alvarez de Paysandú, que ha tenido la enorme generosidad de saludarme y ayudarme  a entender el sentido de estas líneas semanales.

 La Revolución es un acto heroico, pero no necesariamente gesta de combate militar. La Revolución es la construcción cotidiana de una alternativa, que empieza por ayudar a abrir alternativas en  el pensamiento y sentir de quienes nos rodean, ayudar a que se entienda que lo que siempre ha sido (el poder) bien puede no ser y debería ser reemplazado (el contra-poder). La Revolución es de carne y hueso, suda la gota gorda,  tiene cara y  nombre: el de cada luchador que busca persuadir repetuosa y perseverantemente.

 A todo ellos, el más fuerte y sincero abrazo. A seguir peleando por más y mejor gobierno del FA. Pero sin dejar al gobierno la monumental tarea de cambiar el poder. Que la Revolución, que sigue siendo el objetivo de estas páginas y de este simple escriba, o la forjamos entre muchos y desde todos los puntos cardinales, o se posterga hasta nuevo aviso.

2 comentarios:

  1. no serà postergada? Mira que tenemos interesas, todos o casi todos. Y es difìcil ver lo que pasa un poco màs abajo de nosotros. Y personalmente con mi familia, estamos muy cerca de esa parte de la poblaciòn.

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  2. Intereses tenemos todos, ciertamente. Pero hay gente que gasta de su propio tiempo, de su propio bolsillo, de su propio esfuerzo, para acercarse a otra gente, compartir su experiencia y conocer mejor la realidad del que está en el peor lugar y construír proyectos de cambio CON ellos. Las revoluciones se dan cunado gente así, logra permear lo suficiente como para que las grandes mayorías hagan consciencia de SUS interes legítimos, y actúen en consecuencia, defendiéndolos de los pocos prvilegiados, quienes siempre se los han llevado por delante.

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