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domingo, 10 de marzo de 2013

A POCOS METROS ( A Hugo Chávez Frías).Gonzalo Perera.




Muchas veces me tocó vivir a pocos metros.  De lo bueno, de lo malo, de lo simplemente resonante. Y Caracas no fue excepción.

 Viví varias veces en el apartamento de mi amigo y colega Wilfredo, que se había radicado en España. Habité a pocos metros de la Universidad Central de Venezuela (UCV), mi lugar de trabajo, a pocos del Barro Nueva España, lugar no muy recomedable para un paseíto nocturno cuando llegué por primera vez , a pocos metros del Fuerte Tiuna, que supo ser Historia en el 2002. Presidía  entonces Rafael Caldera (COPEI) por segunda vez Venezuela, bajo control cambiario (el más estricto y restrictivo que yo haya conocido, hecho curiosamente poco comentado),  bajo una aplastante inflación y un tremendo descrédito del sistema político in totum.

Pintadas y volantes daban cuenta de un movimiento que a mí me daba escozor: liderado por un militar que se había levantado contra el último gobierno de Carlos Andrés Pérez, con reivindicaciones de corte nacionalista, ese hombre parecía un nuevo Perón. O lo que yo creía era un Perón, que del peronismo y sus complejidades tampoco había entendido un corno en ese entonces.

A poquito más de entender a Perón, resultaría más bien inconducente e improcedente y sobre todo, innecesaria dicha comparación. Pero por ese entonces mi mente aún abrevaba de esos riegos bien surtidos en la que no pocas plumas uruguayas aún se empapan.

Por ende, me siguió pareciendo por bastante tiempo “desconfiable y sospechoso” el militar en cuestión cuando llegó al poder impulsado por un verdadero aluvión de votos.  Seguía sospechando, desconfiando que en cualquier momento mostraba la hilacha facciosa que mi "inteligencia"creía detectar y  que suponía que millones de personas postergadas per secula seculorum no eran capaz de ver. Así de soberbio era mi entender de entonces. Probablemente lo siga siendo, pero al menos quiero creer que dotado más apertura al saber mayor de la vida: el saber vivir, a pesar de que haya tocado sobre-vivir. El que portan como estandarte moral , pecho adentro, los corazones de los más jodidos, sufridos e incuestionablemente luchadores en el día a día.

Por el camino se me estaban quedando las misiones. Que en la panadería de abajo de lo de WIlfredo dejó de haber un soldado armado a guerra para haber simplemente pan y más gente comprándolo. Que dejaron de despertarme los tiros por las noches. Que Caracas no se volvió un mundo soñado, pero que ya había dejado de ser un polvorín. Por una razón muy simple: la que siempre había sido NO-GENTE pasó a ser GENTE. Sujeto de derechos. No sólo al voto, sino al comer, al leer, al escribir y un muy prolongado etc. Por el camino se me había quedado la gente, el famoso "bravo pueblo". El que hablaba la misma lengua que el "mono de Barinas" como gustaba llamar a Hugo Chávez la derecha venezolana, vestida siempre de democracia para los ágapes internacionales, ranciamente golpista de fronteras adentro, como caricaturalmente lo expuso FEDECAMARAS.

Naturalmente, la derecha uruguaya siempre vio en Chávez una amenaza a la estabilidad institucional, el equilibrio químico y la virginidad de las vestales. La misma derecha de la "merienda de negros", faltaba más. La que, tras llegar gracias a la inmensa movilización popular anti-dictatorial al sillón presidencial que tenía (literalmente) entre ceja y ceja, se despachó con un “Uruguayos, a las cosas”, llamando a desmovilizarse, irse para la casa y dejar la política para los “hombres de Estado” (¿?) y la ética proyectada sobre la “ética de Estado” (¿?¿?). Obviamente, la política , a la derecha, a la izquierda, al centro y adentro- no es una gran marco para la fidelidad, sino más bien espacio privilegiado para la traición. Donde además, quienes pueden informar en serio, a menudo callan ante el ruido mejor munido, bajo pretextos varios, tan formalmente correctos como cómplices.

Quizás, por ese solo hecho, cuando un tipo asciende al poder con el voto de los de abajo, se mantiene con ese mismo voto ( contra andanadas del imperialismo a nivel mediático, propagandístico y operetas de inteligencia varias), le es fiel  a sus votantes en sus actos de gobierno de 14 años provocando que lo llore a su muerte esa mismísima gente, renuncio definitivamente a todo apelativo de "inteligente", que nunca faltará quien lo lo esgrima, más en el Uruguay que siempre gusta posar de lo más europeo del subcontinente. Para la ocasión  me reclamo choto, grasa, abombado o lo que sea, pero fiel creyente en una ley muy simple : 2+2=4 .Porque es cuestión de aritmética la situación de las clases populares en Venezuela. Y no por el precio del crudo, que durante un año la aún  naciente Venezuela Bolivariana soportó una bestial huelga en su enclave energético PDV S.A., que generaron pérdidas astronómicas. Y siguió adelante a pesar de ello con más fuerza aún. Porque es cuestión de aritmética el impresionante apoyo popular de Chávez, refrendado hasta el hartazgo en las urnas en un sistema calificado por Jimmy Carter como "ejemplar".

Porque es cuestión de aritmética el constatar que los  "inteligentes" autóctonos lo único que pueden recomendar al pueblo venezolano es NADA- ABSOLUTAMENTE NADA. Porque millones de venezolanos ya encontraron un camino hacia SU dignidad, justicia, igualdad y paz ¿Y quién corno nos hace creer más avanzados en algún sentido medianamente sustantivo, salvo actos de neto prejuicio y arrogancia'

Ya no hay ametralladoras en una simple panadería. No gracias a los "inteligentes" opinantes, sino a los millones de simples votantes. Las recomendaciones "inteligentes"  a menudo conducen a la Venezuela del pasado, que como principal característica tiene una: YA FUE. Y agrego, con perdón de tanta "inteligencia" oriental, que proviene incluso de plañideros exmandatarios que le recomiendan salidas a países ajenos mientras casi funden el propio: Ojalá que lo que ya fue, NUNCA MAS sea.

A Chávez el ser humano se le podrá juzgar con mayor o menor benevolencia. A Ud. le puede haber gustado mucho, poco, nada, o haberle disgustado visceralmente su accionar personal: en su derecho está.



A Chávez el presidente hay que recordarlo como  quien sacó las metralletas de las panaderías, el que llenó de misiones los barrios, el que propició el ALBA y la CELAC mientras  la "inteligencia" pan-amareicana  (bien valen las dobles lecturas) clamaba por la "seriedad jurídica" (léase TLC con USA). Casi nada lo de Chávez, vea. No lo llora gente muy, muy dura porque le sobren lágrimas o le falten motivos para el lamento en su historia vital, créame que no.

Nadie será igual a Chávez. Pero no se necesita. Alcanza con tener buena memoria. Alcanza con reconocer errores y prejuicios. Más aún, alcanza con haber estado a pocos metros. A pocos metros de la vida, de la pueblada, de la apabullante demasía, del desborde verbal y cromático, del sello indeleble de la pertenencia al pueblo- pueblo, sin poses ni asesores de imagen munidos de trajes italianos.

A pocos metros del gran líder genuinamente popular Hugo Chávez Frías, la mejor noticia de América Latina desde mucho (demasiado) tiempo. La primera vez en tal largo lapso en que se habló de Revolución y simplemente  comenzó a hacerse y punto , con los escozores que son de rigor, que la derecha prefiere la metralleta en la panadería y gente de color bien clarito en el paradisíaco archipiélago de Los Roques a la gente de los barrios leyendo y votando.

A poco de acercarse a su intimidad, le haya gustado o no su personalidad, en algún rinconcito de la conciencia, a la mayor parte de los latinoamericanos se nos hará evidente que  con Hugo Chávez se fue uno de los que más y mejor hizo por la real unidad regional, flechada hacia los intereses de los más humildes. Habló mucho , es cierto, pero mucho HIZO y que venga quien sea a comparar números, tan indisimulables como metralletas en una panadería. Tan indisimulables como un pueblo que necesitó el líder excepcional para echar andar, pero que ya hizo camino y solo seguirá adelante, para madurar y crecer. Pues cuando vuelve la vista atrás, ciertamente ve la senda que nunca más puede tolerar volver a pisar. 

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