Margaret
Hilda Thatcher residió en el mítico 10 de la calle Downing de Londres
(residencia del Primer Ministro) durante la friolera de 11 años y medio. Fue
hasta ahora la única mujer en acceder a tal cargo en Gran Bretaña, así como el
premier de mayor duración en el cargo y además, junto a Winston Churchill, la
que ha dejado una huella más imborrable en la memoria histórica con su accionar
como gobernante.
Contemporánea
en la mayor parte de su gestión con Ronald Reagan, la "dama de hierro"
(como se le llamó acertadamente) compartió con aquel su adhesión absolutamente
dogmática (y con nula sensibilidad
social), al neoliberalismo y
ultraconservadurismo más salvaje y descarnado, así como un talante
completamente arrogante y agresivo hacia los países del tercer mundo.
El repaso de
lo que significó Thatcher en el gobierno no es muy complejo: bestiales recortes
presupuestales, particularmente en políticas sociales. El Sistema de Salud
vivió el mayor declive de su historia y la patria de Isaac Newton, William
Shakespeare y Charles Darwin, tierra de universidades excelentes como Oxford,
Cambridge o el Imperial College de Londres, vieron partir al exilio a buena
parte de sus más destacados investigadores y pensadores, no sólo por
motivaciones económicas, sino hastiados por el destrato que la premier
transmitía hacia el sistema educativo un día si y el otro también.
Le cabe la
responsabilidad de una desocupación pavorosa y la destrucción de buena parte
del sistema industrial inglés, apenas parcialmente resucitado tras su partida
del gobierno. Si, justo es decirlo, la industria del carbón, una de las más
afectadas en su período, muy probablemente estuviera condenada por sustitución
tecnológica, en el fundamentalismo thatcheriano no cabía ni siquiera imaginar
la posibilidad de políticas proactivas de empleo, que fomentaran el
redireccionamiento de los obreros del carbón hacia otros sectores de la
tecnología. El Estado no debía intervenir
y los individuos deben ser librados a su suerte, era una máxima para
ella a la altura de las revelaciones divinas. Privatizaciones, enfrentamiento
feroz con los sindicatos a los que consideró sus enemigos, liberalización
absoluta de la economìa, desregulación y otras perla ornamentaron su gestión. Para
las clases medias altas y sobre todo altas, el suyo fue un período de ensueño: la política tributaria
thatcheriana cargaba de manera estrictamente pareja a todos, por lo cual llevó
la presión fiscal hacia los trabajadores, haciendo la vida una jauja para los
más pudientes.
Supo tener
gestos que más que a dureza, saben a crueldad y uno de ellos nos tocó muy de
cerca, en la vidas de muchos jovencitos argentinos que hoy deberían tener mi
edad, pero a quien Thatcher decidió personalmente segarles con la guadaña, de
manera terrible.
Contextualicemos.
Cuando en una mezcla de desesperación y delirio alcohólico Leopoldo Fortunato
Galtieri envía a recuperar Las Malvinas a algunos oficiales ineptos y cobardes
como Astiz, sólo duchos en el combate contra prisioneros atados y encapuchados, al
mando de un inmenso número de jovencitos conscriptos inexperientes, los niveles
de popularidad de Thatcher en Gran Bretaña estaban en el sótano. Thatcher vio
en una "re-recuperación de las
Falklands" su oportunidad histórica y se dispuso a aprovecharla al máximo.
Incluso, hay varios trabajos de investigación periodística que llegan a
sostener que Galtieri cayó en "una cama" montada por la
administración Reagan a solicitud de Thatcher, ya que es un hecho documentado
que, previo a la decisión de recuperar Las Malvinas, el dictador argentino
consultó con “sus superiores” de Washington D.C. y del Pentágono. Y tanto a
nivel militar como político recibió la misma respuesta: tratando de equilibrar
el TIAR (que obligaba claramente a USA a defender a Argentina de la"Task
Force", la flota y grupo de combate enviado por Gran Bretaña) con la
tradicional e inquebrantable alianza entre USA y su madre colonial, USA no
permitiría a los británicos el despliegue de fuerza bélica contra Argentina y buscaría propiciar una salida negociada. Haya sido o no el maquiavelismo thatcheriano
el origen de la jugada, es indudable que al dictador desde USA se la cantaron
errada, y a varias voces, sin desafinar, y eso seguramente haya envalentonado
su actitud. Sin pretender exonerar ni un ápice al patético y asesino Galtieri,
es notorio que las culpas de la guerra de las Malvinas siempre se reparten
entre él y Thatcher. Pero no es posible, en honor a la verdad histórica,
ignorar el papel jugado por la administración Reagan y por ello cabe la puntualización. Ahora bien, puesta a comandar tan desigual e injusta
guerra, el nivel de frialdad y crueldad de Thatcher se puede resumir en un solo
hecho. Frente a un almirantazgo poco proclive a hundir al Crucero General
Belgrano (cargado de conscriptos y fuera de la zona de exclusión, eufemismo por
“zona de guerra”), Thatcher personalmente ordena su hundimiento para
“desmoralizar al enemigo” (sic) ¿Qué decir ante tamaña barbaridad? Un atroz
crimen de guerra, que si en vez de ser cometido por Gran Bretaña hubiera tenido
por protagonista a algún país no aliado a los USA, bien habría pretextado
invasión masiva con Marines y ejecución personalizada y a domicilio de su líder a cargo de los Navy Seals, ignorando toda
frontera o jurisprudencia internacional.
Salvando el
heroísmo de muchachos argentinos que sufrieron tanto o más el frío y la falta
de pertrechos básicos que las balas nocturnas
de los gurkas dotados de miras infrarrojas (para la época, considerable
ventaja tecnológica), y el enorme coraje y capacidad de los pilotos de los
aviones “Pucará”, que fueron los principales dolores de cabeza de la Task
Force, Gran Bretaña recuperó rápidamente las Malvinas, exponiendo al ridículo
al generalato de la dictadura.
Los
políticos exitosos son quienes, para bien o para mal, entienden la psicología
de las masas. Esa victoria militar, recuperando un territorio perdido, en una
vieja potencia colonial en flagrante
decadencia y ya acostumbrada a ver como único- y demasiado cercano-escenario militar
el enfrentamiento interno con el IRA, significó una inyección de adrenalina
imperial en el alicaído espíritu británico. La victoria fue celebrada como gran
epopeya, los soldados recibidos como héroes y Thatcher pasó a ser “Maggie”,
alcanzando niveles de popularidad altísimos. Popularidad cimentada en la mano
fría que apuntó al General Belgrano y sus jovencitos, condenándolos a una muerte
atroz.
Sobre el
final de su vida, Thatcher tuvo un gesto que en estos días pocos recuerdan: su
defensa a ultranza de su amigo Augusto César Pinochet, cuando éste, en su
inmensa cobardía, pretextaba una enfermedad que evidenció luego no tener, para rehuir a los tribunales. Thatcher lo visitó,
lo elogió y le agradeció su colaboración durante la guerra de Las Malvinas,
poniéndolo como ejemplo para América Latina. Un gesto que no amerita ya ningún
comentario, por su nivel de obscenidad.
Querido lector, a mí no me gustan los retratos en blanco y negro, de
héroes y villanos. Hay balances deslumbrante y otros terribles, pero trato
siempre de encontrar en la humanidad de los personajes históricos algo que los
rescate del encasillamiento en una caricatura.
Pero en el caso de Margarer Thatcher, salvo el innegable tesón necesario
para llegar a premier siendo mujer, no encuentro absolutamente más nada para
poner en su haber. Y si el tesón es el
combustible de la ambición de la que luego hizo amplia gala, parece poco como
mérito. Y por el contrario, en el debe
de su pasaje por la vida pública, veo la destrucción de la Educación, de la
Seguridad Social, de la industria y el trabajo de cientos de miles de familias,
del Estado, gobernar para los pudientes, ganar blasones gracias a
un absurda guerra que dirigió personalmente con singular crueldad. Y, como punto más concluyente e inapelable el ser
responsable directa de al menos un atroz crimen de guerra , a la vez que amiga
y conspicua defensora de uno de los peores genocidas del sur, a quien se
atrevió a señalar como ejemplo para la región.
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