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miércoles, 9 de mayo de 2012

Nuevos terrores para la vieja derecha. Gonzalo Perera





            La oposición y algunos medios de prensa tienen una particular obsesión con las declaraciones que puedan dar lugar a polémica que realice la senadora Lucía Topolansky. Salvo que la senadora declarara “El agua moja”, los uruguayos ya sabemos que todas las semanas tendremos una clarinada de críticas contra declaraciones suyas.
No importa el trabajo que hace como senadora, no importa las organizaciones sociales que recorra en silencio, no importa lo que elabore y ayude a elaborar. No importa las declaraciones que sean compartibles y lúcidas. No importa si en una entrevista  hay un 99% incuestionable, lo que vale y lo único que cuenta es el 1% que puede dar lugar a entrevero.

            Mientras sigamos bajo el monopolio mediático en que vivimos, donde la libertad de expresión está consagrada en la Constitución pero unos le podemos contar nuestra opiniones a algunos y otros pueden saturar todo el santo día en todas las frecuencias, formatos y variantes, con su monocorde opinión a la inmensa mayoría de la población, esas serán las reglas. Cualquier parecido con la democracia es una burda ironía. Por eso algunos insistimos una y otra vez con una Ley de Medios desconcentradota y democratizadora, como en Ecuador, como en Argentina. Porque si el 95% de los medios están en las mismas manos, nuestros sistema es una innovación institucional: es una democracia con apuntador. Donde hay quien da letra para que todos comentemos, discutamos, reproduzcamos. Así, el récord histórico en los niveles de ocupación y formalidad en la historia del Uruguay moderno resulta que es una noticia menor. Pero la crisis carcelaria se nos comió unas 18 horas de pantalla en la última semana. Y, por cierto, faltaba más, hay sesudos análisis de las declaraciones de Lucía sobre las Fuerzas Armadas.

            En todos los países que yo conozco y en particular en América Latina, el trabajo político en y hacia las Fuerzas Armadas ha sido hecho por absolutamente todos los partidos políticos. Me pregunto si el Partido Colorado habrá olvidado el nombre del General Julio Ribas o si el Herrerismo se habrá olvidado del General Oscar Mario Aguerrondo. Nombres de peso si los hay en la historia de la ultra derecha en el Uruguay y del ascenso de dichas facciones dentro del Ejército. Me pregunto si el Partido Colorado habrá olvidado el fino trabajo político que el Dr. Julio Maria Sanguinetti hizo en el sector “blando” de los militares de la dictadura, y luego el no tan fino trabajo  que hizo, ya en plena democracia y como Presidente de la República, con el Teniente General Hugo Medina (a quien luego premió como Ministro de Defensa Nacional) a los efectos de generar una supuesta crisis institucional que pretextara la Ley de Caducidad.

            Es necesario distinguir la profesionalidad y apego a la institucionalidad que debe regir la conducta militar, que bien expresara el Ministro de Defensa Nacional, con la formación política del personal militar. Que no es proselitismo y ponerle al personal de tropa el sobre de votación en la mano para toda su o la catequesis barata, sino que es la ruptura de esquemas mentales que vienen del pasado y que es necesario superar. Básicamente, el que las Fuerzas Armadas no sigan ancladas al pesado lastre de la generación golpista y la que generó el golpe, que fueron los padres intelectuales de las monstruosa criatura.

            Y allí, el que no tenga pecado, que tire la primera piedra. Y si hay quienes no pueden tirar piedras, ciertamente, son los partidos tradicionales, y muy particularmente el Partido Colorado, cuyas relaciones con las Fuerzas Armadas han sido medulares para su existencia y para su supremacía política en buena parte de la Historia del Uruguay moderno.

            Yo no sé si las declaraciones de Lucía fueron las que yo haría. Sí sé que el trabajo político al que Lucía aludió, a un proceso de cambio cultural en las Fuerzas Armadas que las desligue de ser brazos operativos de la derecha, fusiles que apuntan hacia adentro y limitan el desarrollo soberano- que es el legado de la doctrina de la Seguridad Nacional – se debe hacer. Porque sobre todo, todos sabemos  que los sectores más conservadores de los partidos tradicionales han hecho, hacen y harán un trabajo en sentido opuesto de manera muy,muy sistemática. Y muy eficiente, vale decir.

            No es difícil  rasgarse las vestiduras sobre lo que el otro dice. Lo embromado es cuando lo que el otro dice es una nadería comparado con lo que el se alarma e indigna hace.

            El FA gobierna hace 7 años, con aciertos y errores, claro está, pero el oso ruso faltó a la cita, los niños no se fueron para Cuba, no se canta “La Internacional” en la escuelas ni se cambió la estatua de Artigas por la de Lenin. Algún horror, admonición de hecatombe y temor irracional hay que encontrar para poder seguir siendo de derecha en el Uruguay del 5.3% de desocupación. Son tiempos entonces de mucha crónica roja, mucho conflicto carcelario y pese a la sobrada evidencia de gestión estrictamente profesional de las Fuerzas Armadas, sembrar el temor de que Lucía no nos vaya a transformar el Ejército en los barbudos de la Sierra Maestra. Poner el grito en el cielo por lo que otro dice sufriendo amnesia sobre lo que se hizo y se hace. Si no funciona, habrá que anunciar las siete plagas de Egipto, porque si no hay miedo ni fantasmas, si no se teme al distinto, al pobre, al raro, al disonante, pues entonces no hay derecha, que es la expresión sistémica del miedo del poder a perder sus exclusivos y excluyentes privilegios.

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